22.11.05

Y la ópera se puso de moda (Reforma)

Y la ópera se puso de moda.
Por Gerardo Australia
REFORMA


En 1853 regresaba de nueva cuenta al poder el jalapeño Antonio López de Santa Anna, después de un airado y descansado exilio en su hacienda de Turbaco, Colombia. Regresaba más pesado de cuerpo, pero decidido a salvar a su país, porque "no quiero que la historia diga que cuando me llamaron a hacer la felicidad de mi pueblo fui indiferente a su destino".
Junto a los incesantes ruegos que santanistas y conservadores le hacían para que regresara a guiarlos, aparecen también las súplicas, quizás decisivas, de su joven esposa, María Dolores Tosta, Doloritas, 35 años menor que él, quien parecía marchitarse en aquella paradisiaca lejanía aislada.
Así, el 1 de abril de ese mismo año, Veracruz dio la bienvenida, a descarga limpia y lluvia de flores, al hijo pródigo. Mientras el caudillo peleaba, su joven esposa se adaptaba con sorprendente rapidez a la nueva vida de la tintineante Ciudad de México. El tiempo se pasaba entre tertulias culturales y salones de fiestas que a su vez ella ofrecía en su palacete de Tacubaya, donde el mal gusto en jarrones, vajillas, joyas, cuadros y muebles también exigía su lugar.
A Doloritas le gustaba estar al último grito de la moda y ello implicaba, por supuesto, la música. La tendencia entonces en nuestro país era interpretar todo lo que tuviera que ver con lo europeo, en especial la ópera italiana. Claro, había músicos y compositores mexicanos destacados, como el duranguense Luis Baca, primer compositor mexicano en estudiar en el extranjero, o Manuel Covarrubias, quien había incursionado en la composición de ópera; sin embargo, prevalecía una terca manía por enfrascarse en transcripciones de música operística italiana, o en lidiar con cuanta variación de las mismas se pudiera exprimir.
Por otro lado, en el extranjero era sabido que en México y en Latinoamérica se pagaban generosamente las representaciones. Había muchos empresarios que habían tenido éxito en México, pero pocos como el neoyorquino Max Maretzek, cuya empresa musical arribaba al país a mediados de 1852. Se puede decir que hasta hoy en día ninguna compañía de ópera ha exhibido tal versatilidad de repertorio como ésta. Maretzek presentaba en nuestra capital ¡dos óperas diferentes cada semana! Entre muchas otras estrenó Don Juan, de Mozart, y Atila, de Verdi (esta última tenía seis años de haberse estrenado en Europa). Olivarría y Ferrari reseña que cuando aparecía Atila en escena "abundaban los rasgos sinfónicos bruscos e inesperados que causaban un sobresalto a las personas nerviosas".
A principios de 1854 se crearon dos nuevas compañías de ópera. Una de René Masson y otra de Pedro Carvajal. Debemos imaginar a Doloritas intercediendo de nueva cuenta en favor de la musa Euterpe, pues Santa Anna decidió apadrinar y subvencionar la empresa de Masson, formada con algunos miembros desbandados de la recién desaparecida compañía de Maretzek, entre ellos el talentoso contrabajista y director Giovanni Bottesini, que más tarde dirigió, a instancias del propio Verdi, el estreno de su Aída en el Cairo.
Gracias a los recursos que doña Doloritas proporcionó a Masson, éste pudo traer a nuestro país a la sobresaliente soprano Henriette Sontag, condesa de Rossi, mujer de gran belleza y elegancia, considerada por muchos la mejor cantante alemana de su tiempo. Imaginemos a la señora de Santa Anna entusiasmada por el arribo de la diva, una estrella a la que el mismísimo Teatro de su Majestad de Londres pagaba 17 mil libras por temporada. Aunque quizás a Doloritas no le importaba mucho, como a la mayoría del selecto público mexicano, que la Sontag hubiera cantado en Viena por primera vez la Novena sinfonía de un compositor un tanto desaliñado y completamente sordo (Beethoven) que permaneció sentado entre la orquesta, así como su importantísima Missa solemnis.
Desgraciadamente, a mitad de junio de ese año en México brotó una epidemia de cólera que tuvo terribles consecuencias. Descansando en los preciosos jardines de Tlalpan, Henriette Sontag se sintió mal. Moriría en esta capital el 17 de junio de 1854. Imaginemos, una última vez, a doña Doloritas de Santa Anna aplaudiendo con arrebato la última ópera que la Sontag cantaría en su vida, Lucrecia Borgia, de Donizetti.

El vals mexicano que cruzó fronteras (Reforma)

El vals mexicano que cruzó fronteras.
Por Gerardo Australia
REFORMA


La vida desafortunada de Juventino Rosas

Al visitar Viena en 1785, el cantante irlandés y amigo de Mozart, O'Kelly, quedó un tanto perturbado del afán que los vieneses le ponían a la danza; sobre todo cuando, en una ocasión, fue a un baile en el salón imperial, donde se tenían recámaras especiales con todo lo necesario para asistir a las damas embarazadas que decidieron no quedarse en casa por irse a bailar, pese a lo adelantado de su estado.
De los bailes que más impactó al irlandés fue el vals. En él las damas eran "célebres por su gracia y la elegancia de sus movimientos cuando giran sobre sí mismas, ¡de lo que jamás se cansan!".
Los escandalizados por este tipo de baile no tardaron en prevenir a O'Kelly: "Me han dicho que bailar el vals desde las 10 de la noche hasta las siete de la mañana provoca un vértigo constante, con debilitamiento de la vista y del oído, sin hablar de consecuencias más graves".
El entusiasmo de los vieneses por el baile los había llevado a adoptar polkas y mazurcas de Polonia, zardas de Hungría y, entre otras, el kolo de las montañas balcánicas, que tuvieron su propio sincretismo con las viejas danzas de la corte, como la gavota y el minuet.
Pero con la llegada del vals, los vieneses se olvidaron de todo y lo convirtieron en una pasión que, para la época de Strauss, tomó dimensiones de fenómeno social, símbolo de su propia revolución, como siglos más tarde lo sería el rock and roll.
El vals tenía todo los ingredientes de la liberación, el vapor del movimiento, el ensueño del ritmo y, lo más importante, la gran oportunidad de poder estrechar al acompañante.
Un periodista alemán, a principios del siglo 19, narra su asombro al ver cada noche 50 mil apiñados danzantes en los gigantes salones de baile: "Un vienés de cada cuatro pasa la noche bailando".

Marcado por el Infortunio.
México tardó varias décadas en adoptar el vals, pero no fue la excepción en abandonarse a sus encantos. Quizás el vals mexicano más representativo a nivel mundial es Sobre las olas, de Juventino Rosas.
El poeta Amado Nervo se sorprendió de oír la pieza en salones de diferentes países de Europa y el compositor Manuel M. Ponce lo escuchó interpretar en el Teatro de la Opera en Berlín.
Quién iba a imaginar que el pobre compositor había cedido los derechos de su obra, por escasos 45 pesos, a los editores Wagner y Levien, quienes en dos años reunieron cerca de 100 mil pesos con su vals.
José Juventino Policarpio Rosas Cadena nació en 1868 en Santa Cruz de Galeana, población cercana a Celaya. Su padre, músico militar, le regaló su primer violín de palo blanco sin barnizar, como los hacían los indios de la sierra.
Junto con su hermano mayor, Manuel, que tocaba la guitarra, formaron un trío con el que trataron de escapar de la miseria tocando de pueblo en pueblo, en su peregrinar a pie hacia la capital.
La familia vivió en un cuartucho en el barrio de Tepito. Para subsistir daban conciertos callejeros y también tocaban "al ante" (el "ante" era un dulce que se vendía adornado con banderitas; para atraer a la gente, el vendedor contrataba músicos y cancioneros).
Juventino también trabajó como campanero y cantante en la iglesia de San Sebastián, en el mismo Tepito.
Sin embargo, su suerte no mejoró. El talentoso compositor vivió en carne propia el dicho "por la calle de la amargura", cuando se mudó a la famosa calle del mismo nombre en el centro de la ciudad.
Al establecerse en su nuevo domicilio, habían acuchillado a su hermano Manuel, después murió su hermana Patrocinio, la madre y, por último el padre; quedando Juventino solo en el mundo.
El músico personifica al clásico bohemio romántico de la época porfiriana, un talento nato que tocaba violín, clarinete, trombón, piano y flauta.
Se le podía ver tocando en una banda militar de rasos y olvidados, compartiendo el pulque; o vestido de etiqueta, con el bigote rasurado, tocando en fiestas para la alta sociedad y sirviéndose champaña. Viajó con la compañía de la soprano Angela Peralta en su última y fatídica gira.
En 1885, en conmemoración de la batalla de Puebla, tocó una Fantasía para violín solo en el Teatro Nacional ante el Presidente Porfirio Díaz y su mujer, doña Carmen Romero Rubio, a quien después obsequió un vals, Carmen.
En agradecimiento, la Primera Dama le regaló un piano de cola, el cual fue inmediatamente vendido para aliviar algunas de las muchas penas monetarias que el músico en ese entonces sufría.

Una Noche de Copas.
El 7 de febrero de 1888, Juventino Rosas, a sus 20 años de edad, cedía para siempre los derechos de su vals Sobre las olas.
Existen dos versiones acerca de su creación. La primera dice que el vals fue producto de una cruda bien cuidada, cuando Juventino descansaba en los manantiales de Contreras, después de una ruda noche junto con su amigo José "El Ciego" Reina, director de una orquesta donde Rosas trabajaba.
El compositor salió inspirado después de un merecido chapuzón y corrió a apuntar las notas en el primer papel que encontró. Tituló su obra Junto al manantial, pero después cambió al afamado nombre.
La segunda versión apunta que, en una parranda, Juventino perdió el trombón con el que tocaba en la banda militar del 40í Regimiento de Caballería, por lo que prefirió desertar y esconderse un tiempo en Cuautepec, cerca de la Villa de Guadalupe.
Ahí encontró la tan ansiada paz, con tiempo para componer, trabajar como maestro y hasta enamorarse de una bella muchacha que lavaba ropa en el arroyo; elementos que le inspiraron la creación de A la orilla del arroyo, renombrado tiempo después como Sobre las olas.
Juventino obsequió su vals a la señora Calixta Gutiérrez de Alfaro, dama de sociedad, protectora de artistas y organizadora de tertulias culturales, quien lo dio a conocer.
Y mientras Sobre las olas triunfaba en el mundo, su compositor, sumergido entre las olas del alcoholismo galopante y la persecutoria miseria, mantenía empleos aquí y allá, viajando por el país.
Se embarcó como miembro de una compañía de zarzuela en una gira por varias ciudades cubanas, gira que resultó ser un rotundo fracaso.
El músico nunca pudo repetir su éxito. En Surgidero de Batabanó, Juventino se sintió mal. Murió de mielitis espinal en julio del 1894 y sus restos fueron repatriados hasta 1909.

Sobre las olas.
(Por Juventino Rosas).
En la inmensidad de las olas
flotando te vi
Y al irte a salvar, por tu vida
la mía perdí.
Tu dulce visión en mi alma
indeleble grabó
La tierna pasión que la dicha
y la paz me robó.
Si el eco de mi dolor
tu refugio llegare a turbar,
te seguirá con amor,
no te niegues su pena a escuchar,
que el viento te llevará,
los gemidos de mi corazón
y siempre repetirá
los acentos de mi canción.
La tempestad en su furia en el mar Y del relámpago el rudo fragor
Sólo podrán débilmente escuchar
La tempestad que hay aquí
por tu amor.
Por doquiera que voy,
Tu recuerdo es mi guía,
En la noche es mi faro, es mi sol
en el día,
Mis suspiros, mi aliento,
mi acerbo dolor,
Mi doliente quebranto es por ti,
Por tu amor.
Con mi gemido te envío el corazón
Y en mis sollozos te mando mi fe,
Más no, no quiero de ti compasión
Yo quiero amor o por él perecer.

Aurora cultural posrevolucionaria (Reforma)

Aurora cultural posrevolucionaria.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(09 Marzo 2004).-

El sexenio de Carlos Chávez.

Miguel Alemán Valdés ha quedado registrado en la historia de México como uno de los pocos presidentes simpatizantes de la cultura. Y no es para menos: cuando asumió el cargo en 1946, siendo el primer Presidente civil desde la Revolución, el País era prácticamente un hervidero de genios y talentos:
Rivera, Orozco, Khalo, Atl en la pintura; Chávez, Galindo, Huízar, Moncayo y Revueltas en la música; Novo, Pellicer, Paz, Revueltas, Usigli, Carballido y Arreola en las letras, por nombrar sólo algunos antes del inminente etcétera.
Durante el gobierno de Alemán, México tuvo su primera intentona para llegar a las grandes ligas de los países desarrollados. Se construyó Ciudad Universitaria y parte de la Ciudad Politécnica, la producción agraria creció un 8 por ciento, se brindó seguridad a los pequeños propietarios, la mujer obtuvo el derecho al voto en elecciones municipales y se hicieron grandes obras públicas.
Fue la primera vez que un presidente de Estados Unidos (Truman) pisaba la Ciudad de México. Dentro de la bonanza económica surgieron las fortunas de empresarios como Azcárraga, Rómulo O'Farril, Bernardo Quintana, creándose grupos como ICA, Comermex, Telesistema Mexicano, Novedades.
A su vez, las familias mexicanas se veían invadidas por la ola de los modernos electrodomésticos: tostadores, refrigeradores, licuadoras, lavadoras, televisores y demás aparatos parecían hacer de la vida hogareña la probadita de un futuro alucinante.
No obstante, Alemán, como dice José Agustín en su Tragicomedia mexicana, "no sólo nos dio el charrismo, sino que también nos regaló el guarurismo nacional". El descontento de la gente aumentó cuando sucedió la inevitable devaluación del peso en 1948, de 4.50 a 8.65 de dólar. Vaticinios aparte, ese mismo año también sorprendió a los capitalinos una nevada en la ciudad.

Las Bellas Artes.
Una de las primeras medidas culturales que el presidente Alemán tomó al asumir el cargo, fue crear el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). La iniciativa fue aprobada por el Congreso de la Unión en diciembre de 1946. En ella se establecía que el INBA dedicaría sus esfuerzos "a intervenir en la conservación de la tradición artística nacional, así como coordinar todas las actividades artísticas en cuanto se refiere a la creación, investigación, difusión y educación". Nombró director al reconocido compositor Carlos Chávez, cargo que ocupó hasta 1952.
Entre otras cosas, Chávez configuró la Orquesta Sinfónica de México (OSM) que más tarde se llamaría Orquesta Sinfónica Nacional, tan bien dirigida por casi 20 años por el maestro Luis Herrera de la Fuente, gran zapateador de podios cuando le embriagaba una obra que dirigía.
La OSM era una organización particular que recibía subsidio del gobierno de Alemán, pero también tenía que buscar dinero por otros lados: "Ya me cansé de ir a tocar las puertas de los ricos", le comentó en alguna ocasión el maestro Chávez a su pupilo Blas Galindo. "Vamos a planear cómo hacer una orquesta permanente sin buscar año con año gente que aporte dinero".
La Orquesta del Conservatorio, dirigida por su antípoda intelectual, Silvestre Revueltas, no tenía ese problema, si bien la orquesta nunca tuvo una temporada importante. En 1946 Chávez había fundado Nuestra Música, una sociedad promotora de conciertos, de la cual surgieron una revista del mismo nombre y la casa Ediciones Mexicanas de Música que publicó muchas obras de compositores nacionales.
Cuando asumió el cargo del INBA, Chávez ya era un consumado compositor, director orquestal, pedagogo (Pablo Moncayo y Eduardo Mata, entre sus muchos alumnos) y un controvertido personaje en la política cultural que había impulsado la carrera de músicos notables como Candelario Huízar y Blas Galindo.
Originario de la capital, Chávez quedó huérfano de padre cuando tenía tres años de edad. La viuda se encargó de sacar adelante a sus siete hijos. La juventud de Carlos Chávez también estuvo marcada por la Revolución; de ahí que su preocupación principal fuera la unidad nacional, tratando de evitar la influencia Europea y de Estados Unidos en música, pintura, pero sobre todo en política.
Por entonces Manuel M. Ponce había hecho de la música mexicana una moda basada en tradiciones europeas, pero nadie había incursionado en tratar de traducir ese mundo mexicano, ajeno, indígena, bravo, caprichoso y de una riqueza extraordinaria en lo que sería el único movimiento sinfónico importante de nuestra historia.

Se dice que la revolución musical mexicana comienza con la obra chavista, una continuación de los pasos del maestro Vasconcelos cuando desde los años 20 se atrevió a utilizar en su obra motivos autóctonos mexicanos. Vasconcelos mismo le había encargado a Chávez un ballet que éste compuso basándose en una historia azteca. Así, el ballet El Fuego Nuevo da inicio al nacionalismo musical mexicano.
En febrero de 1948 el Palacio de Bellas Artes dio una exitosa temporada de ópera patrocinada por la Lotería Nacional y las hermanas Caprino. La OSM ofrecía un programa bajo la batuta de nada menos que Igor Stravinsky (el violinista Isaac Stern y el fabuloso pianista Claudio Arrau se presentarían semanas después). En ese mismo mes el maestro Chávez llegó a la residencia de "Los Pinos" con un discurso bajo el brazo para leerlo frente al presidente Miguel Alemán y el entonces secretario de Educación Pública, licenciado Gual Vidal.
El motivo fue la entrega del Premio Nacional de Artes y Ciencias a su viejo maestro de piano, Manuel M. Ponce, héroe de mil batallas musicales. En su discurso decía: "(...) El arte, ya se ve, siendo parte de las expresiones sociales y siendo la más clara, viva y duradera expresión de la nacionalidad, requiere el apoyo del Estado, el sostén de los dineros del pueblo a quien sirve (...). Sólo así podrá México pasar de una situación de fenómenos aislados y heroicos, como son Ponce, Rivera, Orozco y unos cuantos más (...). Este premio es un símbolo de la mente de nuestro Gobierno que mira, en el gran campo de la actividad nacional, cómo se señala la obra creadora de sus mejores hombres".
El Colegio Nacional recientemente reeditó un gran disco del maestro Chávez dirigiendo la OSM -1948-, con Carlos Pellicer como narrador de Pedro y el lobo de Sergei Prokofiev, y Cuatro nocturnos para soprano, contralto y orquesta de su autoría sobre poemas de Xavier Villaurrutia. Ambas obras son parte de aquella aurora cultural que encontró cabida en el México de mediados del siglo 20.

Los dos amores de Carrillo Puerto (Reforma)

Los dos amores de Carrillo Puerto.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(06 Abril 2004).

¿Qué siente una mujer cuando mueve la inspiración de artistas u hombres poderosos y en su honor se componen canciones que trascienden en el tiempo como ejemplo de una nostalgia bellamente encapsulada?
Comenzaba la década de 1920 y luego del asesinato de Venustiano Carranza, las elecciones presidenciales habían favorecido a Alvaro Obregón. Fue un dirigente capaz que se dedicó a restaurar la paz y a tratar de materializar las metas de la Revolución.
Un ejemplo donde se comenzaban a lograr los ideales posrevolucionarios fue en Yucatán, esfuerzos orquestados por el entonces gobernador Felipe Carrillo Puerto. Don Felipe, nacido en Motul, Yucatán, sólo gobernó 20 meses; pero le fueron suficientes para al fin poner en jaque a la intocable "casta divina" yucateca, abrir 417 escuelas, fundar la Universidad Nacional del Sureste, promover la presencia indígena y de mujeres en cargos públicos, comenzar el reparto de tierras e impulsar el urgente rescate de las zonas arqueológicas en la región.
Hombre de gran sensibilidad, Carrillo Puerto, apodado "el apóstol de la raza de bronce", dirigió su primer discurso oficial como gobernador (1922) en lengua maya.
En ese tiempo Yucatán tenía más afinidad con Europa que con el centro de la República. A la península sólo se podía llegar por barco o por avión (hasta la construcción del ferrocarril en 1937 con Cárdenas). El renacimiento de ese México indígena atraía mucho al extranjero, y por otro lado también crecía una ferviente inquietud por participar en la exploración y explotación arqueológica de centros Mayas, lo que vivificó el flujo de visitantes a la península.
Entre esos visitantes a Yucatán se encontraba la entusiasta periodista norteamericana Alma M. Reed, enviada por el New York Times para comentar sobre las excavaciones en Chichén Itzá llevadas a cabo por el Instituto Carnegie. Fue ahí cuando conoció a Felipe Carrillo Puerto: ambos se enamoraron de inmediato.
Alma M. Reed era una periodista de San Francisco. Tenía una columna llamada "Mrs. Goodfellow" dedicada a contestar preguntas de gente que buscaba consejo legal y no tenía recursos para procurarse un abogado, la mayoría de ellos, obviamente, de origen mexicano. Recibía miles de cartas y su reputación como defensora del marginado creció, sobre todo cuando salvó por medio de su columna a un adolescente mexicano sentenciado a muerte en San Quentin. A raíz del suceso las leyes de California cambiaron.
Ya en Yucatán, y enamorada como la más, Miss Reed viajó del brazo de Carillo Puerto fascinada por la cultura Maya. Al final de su visita, el gobernador decidió acompañarla a San Francisco para conocer a su familia y comunicarles sus planes de boda.
Sin embargo, de regreso a México, Carrillo Puerto se encontró con una crisis política de fuertes dimensiones: ante la imposición de Calles como candidato presidencial, había estallado la rebelión delahuertista. Miss Reed debía reunirse con él semanas después, pero esto nunca sucedió. Jamás se volvieron a ver. Doce días antes de la boda, la intocable "casta divina" se desquitó del gobernador fusilándolo, junto con 10 de sus colaboradores, en la pared de un cementerio yucateco (1924).
Quizás regalarle una canción a alguien puede ser pretencioso, pero no cuando se está enamorado en la tierra del Mayab, donde su bohemia produce obras de un romanticismo y sentimiento inigualable. Carrillo Puerto le obsequió a su amada la canción Peregrina. Pero dejemos que la misma Alma Reed nos cuente: "En febrero de 1923 acompañé a Felipe y su gran amigo, el poeta Luis Rosado Vega, al modesto hogar del compositor Ricardo Palmerín. El objeto de la visita era la coordinación de la letra Peregrina, escrita por Rosado Vega, con acompañamiento musical que Palmerín estaba trabajando.
"Felipe mismo había dado nombre a la canción y, de hecho, había inspirado las ideas y hasta sugerido algunas de las palabras que el gran poeta yucateco iba diestramente entretejiendo en sus versos (...) Y mientras estábamos reunidos en el jardín, Palmerín anunció que creía haber encontrado finalmente el tema musical apropiado y con una sonrisa radiante se sentó al piano para interpretar la estructura esencial de la conmovedora canción que estoy orgullosa de haber inspirado. Felipe, quien era un apasionado de la música, que tocaba muy bien la flauta y que en su juventud había sido miembro de una orquesta profesional, quedó tan extasiado que corrió a abrazar a Palmerín.
"(...) Desde las primeras notas llenaron la noche tropical con el latir de un sentimiento profundo y una delicada sensación de dolor inminente y sin nombre (...) En la dulce cadencia melancólica palpitaba el encanto misterioso de la tierra yucateca, y el orgullo congénito de Palmerín por la majestad y belleza de la antigua civilización de sus antepasados. En cierto modo, aquellos compases expresaban el anhelo de una raza; sugerían el dolor de que tanta grandeza hubiera desaparecido (...) Tengo conciencia de que en esta tierra conocí el Paraíso, en aquel encantado momento en que nació la canción Peregrina".
Alma Reed siguió escribiendo y viajando. Entre sus obras están The Mexican Muralist, una biografía de Orozco y The Ancient Past of Mexicans. En 1950 regresó a la península y permaneció en México hasta su muerte en 1966.


Peregrina.
(Ricardo Palmerín y Luis Rosado Vega)

Peregrina de ojos claros y divinos
y mejillas encendidas de arrebol,
mujercita de los labios purpurinos
y radiante cabellera como el sol.

Peregrina que dejaste tus lugares,
los abetos y la nieve, y la nieve virginal
y veniste a refugiarte en mis palmares
bajo el cielo de mi tierra,
de mi tierra tropical.

Las canoras avecillas
de mis prados,
por cantarte dan sus trinos
si te ven
y las flores de nectarios perfumados,
te acarician en los labios, en los labios y en la sien.

Cuando dejes mis palmeras
y mi tierra,
Peregrina del semblante
encantador:
No te olvides, no te olvides
de mi tierra,
no te olvides, no te olvides
de mi amor.

Las canoras avecillas
de mis prados
por cantarte dan sus trinos si
te ven
y las flores de nectarios
perfumados,
te acarician en los labios, en los
labios y en la sien.

Cuando dejes mis palmares
y mi tierra,
Peregrina de semblante
encantador:
No te olvides, no te olvides de
mi tierra,
no te olvides, no te olvides
de mi amor.

Agustín Yáñez, a 100 años de su natalicio (Reforma)

Evocan al intelectual en su papel de político.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(04 Mayo 2004).-

Agustín Yáñez, a 100 años de su natalicio.

Cuando Gustavo Díaz Ordaz asumió la presidencia a finales de 1964, México ya se hacía notar internacionalmente. Con Estados Unidos existían buenas relaciones y el llamado "milagro mexicano" aún no mostraba signos de agotamiento.
El sexenio de Díaz Ordaz, sin embargo, quedaría marcado para siempre con el movimiento estudiantil del 68 que, para algunos de sus colaboradores, significó asegurar su futuro político, como Luis Echeverría; para otros, representó una verdadera persecución, como fue el caso de Heberto Castillo, y para algunos más el desprestigio, como sucedió con el escritor Agustín Yáñez que, desde la Secretaría de Educación Pública prefirió guardar silencio y resistir el vendaval hasta finalizar el sexenio, el 30 de noviembre de 1970.
Antes de ocupar la Secretaría de Educación (1964), Yáñez había ejercido varios cargos políticos. Fue jefe del Departamento de Bibliotecas y Archivos Económicos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (1934-1952), Gobernador de Jalisco (1953-1959) y consejero de la Presidencia de la República durante el sexenio de Adolfo López Mateos (1959-1964).
Su acercamiento a la vida política lo puso en la clara disyuntiva que tantos debates ha suscitado: ¿cuál es la responsabilidad del intelectual frente al poder?
A partir de lo sucedido en 1968, muchos prefirieron recordar a Yáñez, más como un excelente maestro y novelista que como político; pero no debemos olvidar que, siendo secretario de Educación, introdujo la televisión como medio de enseñanza en escuelas primarias y secundarias, así como un Servicio de Orientación Vocacional que hasta entonces no existía.
El México de entonces presentaba diversidad en el campo de las letras, el arte, la cultura y el entretenimiento. Por un lado, el magnate del cine, Gabriel Alarcón, estrenaba su periódico El Heraldo de México, que fue de las pocas publicaciones que daban difusión al vibrante movimiento rocanrolero de México, con las aportaciones periodísticas de Parménides García Saldaña y Juan Tovar.
Salvador Elizondo publicaba su alucinante Farabeuf y Gustavo Sáinz pasó a las grandes ligas con Gazapo. Pero el escándalo mayor lo impuso la publicación de Los Hijos de Sánchez, del estadounidense Oscar Lewis, quien siguió de cerca la vida de una familia de Tepoztlán, Morelos, llevando a cabo una serie de grabaciones que quedarían para la posteridad como una verdadera antropología de la pobreza.
Como era de esperarse, las autoridades no estaban contentas con la "difamación", sobre todo porque el libro había sido publicado por el Fondo de Cultura Económica. Arnaldo Orfila Reynal había dirigido el Fondo desde los años 40 y pronto fue despedido por Díaz Ordaz. Hecho que dio origen, poco tiempo después, a la editorial privada Siglo XXI.
Cuando Agustín Yáñez llegó a la Secretaría de Educación ya era reconocido como novelista. Pertenecía a la generación de los llamados "Contemporáneos", como Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Gorostiza, entre otros; y su obra era considerada un parteaguas en las letras mexicanas, además de ser una gran guía de la geografía y los caracteres jaliscienses, como también lo hicieron las aportaciones de sus paisanos Rulfo y Arreola.

En todos sus libros, el escritor se preocupa por la religiosidad y su fanatismo; él mismo había sobrevivido a una redada donde intentaron matarlo en la guerra cristera. Muchos opinan que su novela Al filo del agua (1947) es la primera novela contemporánea de México.

Los Sinsabores de la Política.
Según las memorias que Díaz Ordaz escribiera antes de morir, el Presidente estaba convencido de que el "movimiento estudiantil era obra de infiltrados comunistas extranjeros y de malos mexicanos; y que Luis Echeverría, Marcelino García Barragán, Alfonso Corona del Rosal y Agustín Yáñez son los únicos responsables de la masacre".
En una entrevista para la revista Proceso (1993), Luis M. Farías (ex diputado y ex Gobernador de Nuevo León) comenta que la primera medida drástica tomada por Luis Echeverría para hacer frente al conflicto estudiantil ocurrió el 30 de julio. La toma a sangre y fuego de la Escuela Nacional Preparatoria y el célebre bazucazo fue producto de "un acuerdo que se tomó en el Departamento del Distrito Federal. Allí estuvieron Corona del Rosal, Marcelino García Barragán, el secretario de Educación Agustín Yáñez; todo fue planeado por Echeverría (...)".
Aunque el desempeño de Yáñez durante los sucesos de 1968 no está claramente definido, el flamante escritor y controvertido secretario de Educación, recibió en su momento severas críticas; no por acción, sino por omisión.
"Si el señor secretario de Educación hubiera empezado a recibir a representantes de estudiantes -señala Enrique González Casanova-, representantes de maestros, para decirles a ver señores qué es lo que pasa... Porque, después de todo, cuando el señor Presidente dice que lo que se necesita es una gran reforma educativa, era [como estar] diciéndole a su secretario de Educación ¿y usted qué hizo en cuatro años?".
A pesar de su importante cargo, la presencia de Yáñez en el 68 pasó inadvertida. Frente al giro dramático que tomaron los acontecimientos, don Agustín brilló por su ausencia.
A diferencia de otros intelectuales, como Octavio Paz, que asumieron una posición y tomaron distancia del régimen, don Agustín permaneció leal al Gobierno de Díaz Ordaz dejando el cargo hasta la finalización del sexenio.
Tal actitud no era extraña en momentos en que el partido oficial parecía eternizarse en el poder: con muy pocas excepciones, casi todos los intelectuales habían caído rendidos ante el canto de las sirenas del sistema político mexicano.
Para el célebre escritor, cuyo centenario de su natalicio se festeja hoy, el 68 representó una mancha en su larga vida, prolífica en el campo de las letras; pero cuestionable en el ámbito de la política.

La novia Fidelita, máquina de éxito (Reforma)

La novia Fidelita, máquina de éxito.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(04 Mayo 2004).

El 10 de junio de 1944 el maestro mecánico José Cardoso se levantó temprano, se vistió con su mejor traje y se apresuró a llegar a su taller donde más tarde le estrellarían una botella de champaña a su "novia".
Acámbaro, Guanajuato, estaba de fiesta, pues se inauguraba la segunda locomotora de vapor hecha por obreros mexicanos, bajo la dirección del maestro Cardoso y sin ninguna asesoría estadounidense. La importancia del evento no tenía precedente, ya que demostraba que la capacidad y creatividad mexicana, pese al problema de los recursos, era de primera, sobre todo entre los obreros de Acámbaro, cuyos puestos se veían constantemente amenazados por proyectos de reorganización empresarial y rezago mecánico.

Al evento asistió un representante del Presidente Manuel Avila Camacho, quien estaba acompañado por un nutrido séquito, entre ellos una mujer que lloró toda la ceremonia.

Se trataba de la esposa del ingeniero Andrés Ortiz, por entonces gerente general de Ferrocarriles Nacionales de México. La máquina había sido bautizada con el nombre de una hija suya recién muerta: Fidelita.
A las once de la mañana, la señora de Ortiz tomó la botella de champaña y la quebró en una de las ruedas de la Locomotora número 296 que a partir de ese momento se llamó "Fidelita, la novia de Acámbaro". Y así, entre vítores, el maquinista encendió motores para iniciar su primer recorrido de Acámbaro a Tacubaya: "Fidelita iba llena de flores -comentó Salomón Vega, garrotero que vivió el primer recorrido-, con sus dos banderas mexicanas y en el centro una pintura del cura Hidalgo que dibujó un muchacho del taller (+) Las locomotoras mexicanas tenían mayor capacidad de arrastre (+), y en las pendientes Fidelita tenía ventaja sobre las locomotoras americanas".
La construcción de la novia Fidelita fue toda una hazaña. Con escasez de maquinaria pesada, como tornos y martinetes, los talleres de Acámbaro estaban olvidados desde la Revolución y sólo se dedicaban a hacer trabajos de reconstrucción para la rama de la División Pacífico.
Hacia los años 40, la construcción de una locomotora en México costaba 80 mil pesos, contra los 385 mil pesos que costaba el mismo tipo de máquina en EU en 1942. Era de esperarse que la simple existencia de Fidelita pusiera en el ojo del huracán las negociaciones entre ambos países, pero sobre todo quedaba muy claro que México, si de trenes se trataba, ya no dependía tecnológicamente de EU.
Fidelita arrancó, y cuando llegó sin problemas a Maravatío se telegrafió a Acámbaro donde todo era brindar, mientras que la señora de Ortiz "seguía llorando tímidamente". Al día siguiente, Fidelita entró a la estación de Tacubaya. Ahí estaba un ansioso grupo de técnicos, miembros de la Misión Americana, que la revisaron de arriba a abajo: "Se quejaban del olor a pulque, pero tuvieron que aceptar que estaba perfecta. Tuvieron que felicitar a Fidelita, ¡ja, ja!", ríe don Salomón Vega.
Al mes de la inauguración, el maestro Cardoso le envió una carta a Avila Camacho: "De manera respetuosa y atenta me permito suplicar a usted, señor presidente, nos dé su ayuda moral para construir otras dos locomotoras y posteriormente que nos brinde la oportunidad de manufacturar también máquinas de vía ancha, que tanta falta hacen para descongestionar las vías de nuestro país".
Desgraciadamente se vivía el último capítulo de la gran era del ferrocarril de vapor y Fidelita, en 1947, fue "condenada a la chatarra", para darle paso a una dama más fría pero efectiva: la de diesel. La hija del maestro Cardoso recuerda a su padre acariciando la caldera: "Hacía pucheros y apretaba la quijada para que no se le salieran las lágrimas, ni la dentadura postiza. Recuerdo cómo acarició ese día la caldera+ yo nunca había recibido una caricia tan larga como la que le dio a Fidelita antes de partir".

Presencia soviética en suelo mexicano (Reforma)

Presencia soviética en suelo mexicano.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(18 Mayo 2004).

México se convirtió en el primer país del Continente Americano en tener Embajada rusa (1924). Una vez instalado en sus amplias oficinas de la colonia Escandón, el Embajador S. Pestkovsky atrajo la confianza de obreros e intelectuales, conformó una sociedad de amigos de la URSS y financiaba viajes a miembros del Partido Comunista Mexicano (PCM) para que conocieran el milagro soviético.
Durante algún tiempo hubo un nutrido intercambio de personalidades entre ambos países, de los que a mi parecer caben destacar dos: el primero, conformado por los entusiastas I. Freidberg y A. Kniazev, y el segundo por el genio cineasta Sergei Eisenstein.
Freidberg y Kniazev eran dos graduados del Instituto de Educación Física que decidieron conmemorar la apertura de su embajada en América yéndose de Moscú a la Ciudad de México en bicicleta. Lo lograron y escribieron un libro de sus peripecias, Alrededor del mundo en velocípedo (Moscú, 1929). Comenzaron en la capital soviética, cruzaron Siberia hasta Japón, de ahí en barco a San Francisco, llegando a Manzanillo a finales de octubre de 1925.
Ya en México se encontraron con algunos inconvenientes: no tenían un peso, los caminos hacia el centro del país eran terribles, no hablaban una sola palabra de español, había un calor asfixiante, los mosquitos eran feroces y sólo había tortillas, chiles y frutas para comer, aunque el kvas (aguardiente) local servido en las cantinas les fue bastante refrescante y la amistad de la gente invaluable. Semanas después fueron recibidos calurosamente por el embajador Pestkovsky y su familia.
El segundo visitante, Sergei Eisenstein, llegó a México a finales de 1930 para filmar su película silenciosa ¡Que viva México!, la "más amarga lucha sobre un filme que haya sucedido en toda la historia del cine", en palabras de Marie Seton, biógrafa del cineasta.
Eisenstein era un director avant-garde al servicio de la propaganda soviética, si bien uno de los primeros en revelar la esencia sicológica del tema que filmaba. De joven había ayudado a adaptar y llevar al teatro El mexicano, de Jack London, y tenía una fascinación con los rituales, costumbres y máscaras de México.
Aunque Lenin odiaba todo lo avant-garde, o burgués, daba permiso a sus cineastas de analizar películas norteamericanas para mejorar las técnicas. La favorita de Eisenstein era La marca del zorro, actuada por Douglas Fairbanks, quien para el extranjero personificaba el exuberante mexican flavor. Eisenstein tuvo oportunidad de conocer al Zorro en persona, cuando Fairbanks visitó Moscú en 1926; de hecho fue Fairbanks quien introdujo a EU la primera copia de la controvertida película de Eisenstein, El acorazado Potemkin, y también prometió arreglar un contrato para que el director dirigiera en Estados Unidos.
Eisenstein fue un rotundo fracaso en Hollywood y la Paramount pronto rompió el contrato del "complicado" director ruso. Mientras tanto, Eisenstein platicó con Upton Sinclair -afamado escritor y propagandista de la lucha de clases que años antes había formado una comuna en Nueva Jersey-, acerca de su sueño-obsesión de hacer una película mexicana. El escritor junto con su esposa y unos amigos le consiguieron 25 mil dólares con la condición de que la película se rodara en no más de cuatro meses. Eisenstein, de 32 años, estaba tan feliz que prácticamente cedió todos los derechos y en vez de sueldo pedía un dólar diario para que comieran su fotógrafo, camarógrafo y él.
"México es primitivo -dijo a un periodista. Para hacer una buena película hay que tener un enfoque positivo. Esto es posible en un país como México, donde la lucha por el progreso es todavía real". El filme trataría sobre costumbres, tradiciones y leyendas mexicanas, una construcción "rítmica y musical del desarrollo del espíritu" de México. Pero Eisenstein todavía no desempacaba sus maletas en el Hotel Imperial cuando llegó la Policía y lo arrestó: de pronto estaba en una cárcel acusado de ser, según las autoridades mexicanas, "espía alemán". No tardaron en llegar cables de protesta de todo el mundo para su inmediata liberación, entre ellos uno firmado por el físico Albert Einstein.
Una vez fuera Eisenstein viajó hasta Yucatán. En su travesía experimentó "tal profunda revelación de sí mismo que pareciera que el alma del pueblo hubiera tocado la suya". Pero a los tres meses de viaje Eisenstein no tenía filmado ni un solo pie de película, y el trabajo que debería durar cuatro meses se convirtió en 11 y en una deuda de casi 60 mil dólares que los Sinclair asumían con dolores de cabeza. Cuando faltaba sólo un episodio por rodar en enero de 1932, Sinclair ordenó detener la filmación definitivamente.
Con Stalin en el poder, Eisenstein se vio obligado a regresar a Rusia, pero con la promesa de que le llegarían sus negativos para hacer el corte final. No obstante los Sinclair prefirieron darle los negativos a Sol Lesser, productor de las películas de Tarzán, quien editó el material en una película titulada Trueno sobre México (1933), una versión macheteada e insensible de todo lo que Sergei había esperado lograr. La frustración artística y enojo llevó a Eisenstein a una fuerte depresión que terminó en su hospitalización. Años después, durante una visita como reportera, Marie Seton descubrió en un depósito de Hollywood material de la película. Tramitó los derechos y trató de mandarle los negativos a Eisenstein a Rusia, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial lo impidió. El Gobierno de Stalin también sabía perfectamente cómo castigar a un renegado: no dejando a Eisenstein jamás terminar su queridísimo sueño mexicano.

19.11.05

El Café de Nadie: Guarida y recinto de los estridentistas (Reforma)

El Café de Nadie: Guarida y recinto de los estridentistas.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(01 Junio 2004).

Un día lluvioso el poeta veracruzano Manuel Maples Arce caminaba por la avenida Jalisco, hoy Álvaro Obregón. Ante la intensidad del chubasco, prefirió pasar el tiempo bajo techo y se metió a un café en el número 100: "En el establecimiento -cuenta Marco Antonio Campos- no había nadie.
Pasó a otra pieza, donde sólo halló una cafetera que hervía. Se sirvió, regresó a su mesa y se tomó el café. Como nadie vino a cobrar le pagó a nadie y dejó una propina a una camarera que nunca vio. Y así fue y así regresó otras noches al café donde nunca encontró a nadie".
Desde entonces el reservado lugar se llamó el Café de Nadie y sería la guarida y recinto del grupo de artistas vanguardistas más destacados de México, quienes adoptaron el nombre de Estridentistas.
Comenzaba la década de los 20 y el abogado-poeta Maples Arce -conocido por su pulcritud en el vestir, "polainas, bastón, flor en el ojal incluido que rayaban en lo estrambótico" y un fervor apasionado por las mujeres-, estaba prácticamente desengañado de todo. Quería romper con el arte del pasado y buscar una nueva sensibilidad que reflejara la complejidad del nuevo siglo. Cansado del academicismo reinante se recargaba en la metáfora "Chopin a la guillotina y Chaplin al podio" para confiar en que la insolencia con alegría, pero en dosis fuertes, despertaría a la gente de ese fatídico letargo novecentista.
Su búsqueda artística debía estar regida por tres cánones: "Imaginación, humor y el quehacer vital". Al llamado a formar esa cofradía extravagante acudieron poetas y escritores como Luis Quintanilla, Germán List Arzubide, Arqueles Vela y Salvador Gallardo, además de artistas y músicos como los hermanos Revueltas, Fermín y Silvestre, Diego Rivera, Manuel M. Ponce y Carlos Chávez. Cuando salían por la calle algunos de estos estridentistas rebeldes, como Arqueles Vela o Ramón Alva de la Canal, la gente se sentía intimidada y en vez de cruces les mostraban gigantescos peines como para exorcizar aquellas marabuntas de greñas alborotadas.
Desde principio el siglo 19 en México comenzaron a florecer los cafés, espacios donde se podía pasar el rato, conversar, leer el periódico y hasta planear conspiraciones políticas. El primero que se tiene noticia como tal fue el Café de Manrique, situado en la calle que hoy es República de Chile.
Un momento crucial en la historia de la cafetería y el restaurante en México se dio cuando en 1875 por primera vez atienden mujeres las mesas. A partir de entonces la asistencia al café se convirtió en una obligación para todo artista: nada como la belleza del cuerpo para endulzar la inspiración. Fue en el Café de Nadie donde Manuel Maples Arce hizo firmar a sus cofrades el segundo manifiesto estridentista, panfleto incendiario que buscó el guantazo sin rodeos y que se publicó a rajatabla: "(...) A los que no están con nosotros se los comerán los zopilotes. El estridentismo es el almacén donde se surte el mundo. Ser estridentista es ser hombre. Sólo los eunucos no estarían con nosotros. Apagaremos el sol con un sombrerazo. ¡Viva el mole de guajolote!".
Encarrerados, usaron el periódico El Universal Ilustrado como "agencia propagandista" de su musa estrambótica. En él, el maestro normalista Arqueles Vela publicaría su novela corta La señorita etcétera (1922) -quizás demasiado corta, pues consta de casi 10 páginas- y que es considerada como la primera novela vanguardista hispanoamericana, publicada el mismo año que Ulises, de James Joyce.
Ese quehacer vital que proponían los estridentistas, "exaltar las máquinas, vivir emocionalmente y ponerse en marcha hacia el futuro", lo venían haciendo años atrás los futuristas en Europa, para muchos una simple apariencia de vanguardia que había comenzado con el italiano Felipe Tomás Marinetti en 1909, considerado el primer vanguardista. Sin embargo, no dejó de ser una atractiva agitación cultural a la que ni el mismo Pellicer dejó de contribuir: "Amo las máquinas, las grandes máquinas./ Mi cuerpo canta sobre un pedestal cuando escucho y veo y toco las máquinas".
Desde aquel cafetín de la Roma los estridentistas habitaban su futuro. De ahí salió el poema de Maples Arce, Urbe, que traduciría al inglés nada menos que John Dos Passos y que dejaría clara la dirección del grupo: "Los huelguistas se arrojan pedradas y denuestos, y la vida, es una tumultuosa conversión hacia la izquierda". El movimiento estridentista no tardó en usar la literatura y al arte como una nave política hacia la proletarización de las masas y el apapacho comunista. Mientras tanto, Kin Taniya escribía su Radio, ese poema "inalámbrico en trece mensajes" y se organizaban exposiciones donde figuraron cuadros de Leopoldo Méndez, Ramón Alva de la Canal y Jean Charlot.
La única novela mexicana que tiene como motivo y escenario a un café, en opinión de Marco Antonio Campos, es precisamente la que ostenta el nombre de El Café de Nadie: Un crimen provisional (1926), de Arqueles Vela, "una pasmosa historia de amor imposible en un café que es un mundo". Dentro de la novela, Mabelina (¿habrá sabido Arqueles Vela de la legendaria Mabelina, la primera mujer de la antigua Roma en ser miembro del Forum y en servir como cónsul?), es una mujer de "perversátiles ojos, llenos de los jolgorios de las tardes de verano" que entre otras cosas lee una lista de nombres en donde salen a relucir todos los amigos estridentes, excepto dos: Manuel Maples Arce y Arqueles Vela, los clientes más asiduos al Café de Nadie.
Los estridentistas duraron poco, 1921-27, pero hicieron el suficiente ruido como para grabarnos esta lección: En la cantina se vive en pasado y en el café se vive en futuro.

¡Todos a bailar! (Reforma)

¡Todos a bailar!
Por Gerardo Australia
REFORMA
(15 Junio 2004).-

Sacude Dámaso Pérez Prado al alemanismo.

En la historia de México es difícil encontrar un presidente que haya sido buen bailador. Don Vicente Fox definitivamente no lo es, como tampoco lo fueron muchos de sus antecesores. Quizás la seriedad del cargo no invita a bailar, pero no siempre fue así. Hubo momentos en nuestra historia donde el baile fue sinónimo de prosperidad.
Corrían los años 40 y bailar se tomaba muy en serio. Había nacido un tipo de baile con el que el pueblo se identificaba: "La gran atracción del alemanismo fue el mambo" y Dámaso Pérez Prado, su rey, decía: "Qué bonito bailan el mambo las mexicanas, mueven la cintura y los hombros igualito que las cubanas". Como todo noble arte el mambo vino a redimir a un pueblo de su dura realidad. Mambo significa "conversación con los dioses". Se trata de un delicioso coctel con raíces musicales Bantu, Yoruba y españolas que se practicaba en los Congos. El éxito lo tuvo Pérez Prado cuando a esta riquísima tradición le adhirió percusiones, batería e instrumentos de metal a los que dio un tratamiento jazzístico.
Hijo de una maestra escolar y un periodista, Dámaso, oriundo de Matanzas, se mudó a La Habana en 1942 para tocar piano con la entonces famosa Orquesta del Cabaret Pennsylvania de la Playa de Mariano; fue cuando comenzó a jugar con la idea de un ritmo afrocubano mezclado con un poco de swing americano.
Llegó a México en 1948 y formó su banda en el prestigiado Club 1-2-3. Para 1949 obtuvo un contrato disquero con RCA y grabaría sus famosos éxitos Mambo No.5 y Qué rico el mambo. Pero el acertado golpe mercadotécnico lo tuvo cuando mexicanizó sus piezas, componiendo mambos a los ruleteros, a los universitarios, a los politécnicos, etc. Había mambos para los bomberos, para el periodiquero, para el futbol, y hasta las chicas ricas que bailaban al compás de La niña popoff.
La contribución de Dámaso a la historia de la música no fue menor. Era un baile explosivo y jovial que requería buena condición física. Los participantes no se conformaban con bailar y sacudir la cadera, sino también montaban verdaderas pantomimas de acuerdo al motivo del mambo: El Mambo de los taxistas era decididamente aderezado con imitaciones de volantazos a diestra y siniestra, o si se tocaba el mambo de las telefonistas las chicas utilizaban el pecho de sus parejas para simular un ocupadísimo tablero de operadora telefónica.
Los mambos de Pérez Prado traspasarían fronteras y causarían hasta el escándalo, como en Perú, donde el cardenal Juan Gualberto Guevara, de Lima, llegó a negar la absolución a todo aquel que "bailara a ritmo de mambo". No tardó Pérez Prado en componer su Al ritmo del mambo.
El mambo era el medio de expresión de un pueblo cuyo gobierno paradójicamente no estaba tan de acuerdo con la libertad de expresión. Por entonces más de un director de periódico fue asesinado y se clausuraban, "por quítame estas pajas", diarios o revistas. Rafael Ramírez Heredia usaría para su novela El ocaso el tema verídico de la caída de un gobernador alemanista de Tamaulipas, cuyo jefe de Policía mató al director de un periódico.
En el mundo del teatro, Rodolfo Usigli no era buen bailador de mambo, pero sí que puso a bailar a las autoridades con su obra El gesticulador. "Muchos políticos y militares se sentían aludidos"; la puesta en escena de la obra en 1947 fue un "escándalo que no gustó nada al gobierno". Pronto se clausuraron las representaciones.
Mientras tanto, la vida nocturna mexicana en tiempos de Alemán era cosa de envidiar. Abundaban centros nocturnos donde la gente practicaba el dancing, bebía highballs, se fumaban Lucky y siempre en el grupo de amigos había "la nena", como la Nena Cervantes en Ensayo de un crimen, novela de Usigli. El Ciros, Los Cocoteros, El Patio o el Tap Room de Reforma, donde iba la gente bonita o "apretados", o el Leda y el Waikikí; también lugares donde asistía el pueblo y los ejemplos de su fauna, como el "cinturita" o el "Tarzán" que le daban vuelo a los mambos con sus "changuitas".
Fue por esos años cuando aparecieron en el firmamento las exóticas, hermosas mujeres de cuerpo privilegiado que mostraban el ombligo al compás de la Orquesta de "Cara de Foca", como era conocido Pérez Prado. Con ellas el Cachorro de la Revolución, como se le decía al Presidente Alemán, acrecentó su fama de conquistador. La máxima diva bailarina del alemanismo fue Yolanda Montes, Tongolele, la "diosa pantera". La estadounidense llegó a México por medio de Miguelito Valdés, quien junto con un empresario puertorriqueño la trajo al país pagándole 70 pesos al mes, de los cuales 30 eran para dos bongoseros que la acompañaban. Compartiría créditos en más de una película con quien definitivamente bailaba bien el mambo: Germán Valdés, Tin Tan.
Exóticas las había de todos colores y sabores: la cubana María Antonieta Pons, la argentina Ninón Sevilla y la neoyorquina Meche Barba, por nombrar algunas, marcaron una época de fantasía donde el mambo "causó furor en la sociedad mexicana -dice José Agustín-, pues iba muy bien en la época donde predominaba la vida nocturna y la atmósfera de fiesta colectiva que propiciaban los ricos, listos a festejar las ganancias desorbitadas que les proporcionaba el régimen alemanista. Para el pueblo fue una oportunidad de sacudirse la desesperación que causaba la creciente dureza de la vida".

Algunas mujeres atípicas (Reforma)

Algunas mujeres atípicas.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(13 Julio 2004)

Mujeres atípicas que desfilan por nuestra historia, a veces dejando sólo el suspiro en pluma ajena o en la propia, en la batalla de la política o el arte. Alguien dijo que la historia es memoria y olvido a la vez, y de estas damas atípicas está tupida muchas veces nuestra selva de descuido; ellas que son, en palabras de la atípica Aurora Reyes, las "mujeres con alma de montaña que amasan en su rostro los silencios vegetales".
Aurora Reyes, alias La Cachorra, fue la primera muralista mexicana. También fue poetisa de sensibilidad apasionada. Nacida en Parral, Chihuahua (1908), Aurora "del desierto" supo ser amiga revoltosa de aquel fabuloso grupo que se reunía en el Café París -hoy Café El Popular sobre la calle 5 de Mayo cerca del Zócalo-, que junto con gente como Ermilo Abreu Gómez, José Revueltas, Xavier Villaurrutia, Andrés Henestrosa y de insólitas atípicas como la fotógrafa Lola Alvarez Bravo, Concha Michel, Adela Palacios o la hermosísima Estela Ruiz, supieron izar bandera de un nacionalismo cultural notable.
Atentado a las maestras rurales fue el primer mural pintado por una mujer en México. Se encuentra en el vestíbulo del Centro Escolar Revolución (por el Metro Balderas), inmueble que desde el siglo 17 ha servido de retiro de mujeres, colegio de niñas, cárcel de la ciudad, etc.
Su abuelo fue el precursor de la Decena Trágica, el general Bernardo Reyes. Desgraciadamente su parentesco con el gran Alfonso Reyes no le sirvió de nada para atraer la atención que se merecía como pintora, muralista, poeta, dibujante de "sirenas contentas y campesinas luchonas" y como la gran maestra de convicciones que amó a su país como ese "callado barro nacido de tu vientre en jubiloso brote de esperanza" que dice en su poema Llanto a la Tierra. González Calzada dice que el general Rodolfo Sánchez Taboada, entonces presidente del PRI, murió contemplando su cuadro titulado La novia de oro, óleo que el acomedido Luis Echeverría regaló al general para su cumpleaños. Se trataba de un espléndido cuadro de una tehuana en traje nupcial, para el que había posado la contertulia Estela Ruiz.
Justamente Estela Ruiz dejaría de ser mujer atípica cuando fue inmortalizada en aquellos billetes de 10 pesos que tuvimos por 40 años, donde sale retratada también de tehuana. María Estela Ruiz Velázquez ganó un concurso de belleza organizado por el reciente gobierno del general Lázaro Cárdenas (1936). No a muchos les agradó el concepto, pero a la bella Estelita la tuvieron entre sus manos millones de mexicanos desde 1937 hasta 1967.
Otra mujer atípica fue la temperamental Rosario Cabrera, considerada como la primera gran pintora mexicana del siglo 20. Nacida en la Ciudad de México, Rosario comenzó a pintar a los 15 años en San Carlos, y tras recibir de manos de Vasconcelos la medalla de plata por las más altas calificaciones de su generación, o de irse a París a estudiar y tener exitosas exposiciones, o de ser elogiada por su multifacética obra por gente de la talla de Diego Rivera que aplaudía desde sus paisajes de Tepepan hasta sus retratos (como el famoso de Nahuin Ollín), Rosario Cabrera de pronto dejó de pintar, envolviéndose en un silencio que duró 47 años. Sólo 10 años antes de morir (1965) rompería el silencio con su obra Granadas. Junto a Fermín Revueltas participó en el grupo avant-garde ¡30-30!, un grupo de artistas inspirado en la vida callejera del México bravo.
Y en el juego del Maratón hay una pregunta atípica: ¿Quién es la primer gobernadora en la historia de México? Y ahí está, Griselda Alvarez, la primera gobernadora de Colima. Bisnieta del general Manuel Alvarez (primer gobernador de Colima), quien firmó las Leyes de Reforma, e hija de un ferviente comecuras (también gobernador) que las llevaba a ver ahorcados a su hermana y a ella para que se endurecieran, Griselda se crió entre liberales y conservadores y recuerda haber llevado a cuestas por muchos años el pecado cívico de haberle puesto en sus años de niña bronca, cuernos y cola al mismísimo Benemérito, memorias que quedaron escritas en su libro La sombra niña.
Por último no olvidemos una mujer atípica cuya belleza fue la causa de que el poeta Manuel Acuña se suicidara. Rosario de la Peña y Llerena era idolatrada por poetas buenos, malos o inexistentes del romanticismo tardío. Pero era mujer dura, y sin dejar de reconocer su hermosura inspiradora le sobrevivió a una cartelera de notables enamorados y permaneció soltera hasta su muerte a los 77 años (1924).
Mujer cuya belleza causó duelos a muerte, llevó al poeta saltillense Acuña al suicidio, "una pasión de aquellos tiempos de encendido romanticismo -subraya Enrique Fernández Ledesma- en que se consideraba con naturalidad el pistolazo. Aquel pistolazo estilizado del amante de la Carlota goetheana". Doña Rosario quedó inmortalizada en Nocturno, de Acuña. Ya mayor se dio el lujo de desilusionar al mucho más joven poeta José María Bustillos, a quien José Juan Tablada recuerda haber acompañado a rendir honores a "esa mujer fascinante que entraba en la declinación sin retorno".

Dos tipos de héroe (Reforma)

Dos tipos de héroe.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(10 Agosto 2004)

A mediados de mayo de 1942, México se declaró en estado de guerra con las potencias fascistas, algo que le costó al país aproximadamente 3 millones de dólares y 68 vidas -cinco en acciones militares en el Pacífico y 63 entre los siete buques mercantes hundidos por submarinos alemanes-, pero que lo apuntaló con el vecino del norte.
De alguna manera, gracias a la guerra, la industria nacional creció un 38 por ciento ante la escasez de productos importados y la demanda internacional de otros.
El Presidente Manuel Avila Camacho quiso aprovechar la articulación de la guerra para industrializar lo más posible el país, "de esa manera no sólo dejaría felices a los empresarios, sino que México ya no sería un país atrasado, (...) ni surtidor de materias primas sin procesar", apunta el escritor José Agustín. No en balde se había destinado entre el 50 y el 60 por ciento de los gastos del gobierno para apoyar la empresa privada.
Por entonces, México abastecía de petróleo a los buques tanque norteamericanos que navegaban el Golfo, asunto delicado que Alemania tomó como una afrenta y del que advirtió las consecuencias. La chispa detonante se daría con el controvertido caso del hundimiento del famoso buque "Potrero del Llano" (14 de mayo de 1942) frente a las costas de Florida, donde murieron cinco tripulantes. Controvertido, porque hay versiones donde se sugiere que los responsables fueron los estadounidenses para presionar a México a ingresar a la guerra -aunque actualmente se sabe por archivos alemanes que sí fue atacado por los submarinos del Eje.
Con el hundimiento del barco, el gobierno mexicano envió una furiosa protesta al Führer, de la que Hitler ni se enteró, pues asuntos más importantes lo reclamaban, como supervisar el exitoso avance de su ejército hasta el Volga y Cáucaso y la inquietante tormenta que se avecinaba con la alianza entre Inglaterra y la Unión Soviética.
No tardaron en hundir un segundo barco el 22 de mayo, el petrolero "Faja de Oro". La indignación no se hizo esperar y el estado de guerra fue aprobado por el Congreso de la Unión (gracias a esto, desde agosto de 1942 entró en vigor en el País lo que para muchos fue la enfadosa Ley del Servicio Militar Obligatorio para mayores de 18 años).
El Gobierno decidió enviar un escuadrón aéreo profesional integrado por 300 hombres: el célebre 201, que partió hasta con la bendición de Agustín Lara que rápidamente compuso su "Cantar del Regimiento": "...Cantar del regimiento, mil vidas se apartarán. Que lo cuida la Virgen morena, que los cuide y los deje pelear...".
Desgraciadamente, desde el inicio de su participación, el Escuadrón 201 estuvo plagado de factores limitantes que iban desde un constante mal clima -común denominador en toda la historia del escuadrón-, pasando por la difícil tarea de pilotear los P-47 "Thunderbolt", un avión pesado, poco práctico y de escaso alcance (en vuelo normal sin bombas duraba 20 minutos en el aire), hasta la mala comprensión de órdenes y señales porque más del 60 por ciento del equipo mexicano de pilotos y miembros de tierra no sabía inglés, desatinos que en más de una ocasión terminaron en tragedia.
El Escuadrón 201 voló hacia Filipinas a fines de marzo de 1945 para entrar en acción en Luzón y Formosa, donde completó 59 misiones, unas satisfactorias y otras no tanto. La última misión del Escuadrón 201 fue escoltar a un convoy en ruta a Okinawa el 26 de agosto, once días después de terminada la guerra. Cinco pilotos mexicanos murieron durante misiones sin combate.

El Héroe Local.
Fuera de la participación del Escuadrón 201, México no tuvo otra acción bélica contra los alemanes durante la guerra, quizás con la excepción de una muy singular y que fue digna de toda una celebración.
Llegó al entonces Café París (calle 5 de mayo, centro) un perro callejero que se convirtió en la mascota del gran grupo de escritores y artistas que más que ir al café, no salían de él. Primero le decían al perro el "Güero", después el "Güero Literato", y finalmente sólo y a secas "Literato", "a sabiendas de que el can era inédito", remarca González Calzada.
Al perro se le trataba mejor que a muchos habituales porque era agradecido y convertía cualquier taco en verdadero banquete. Pero "el gran momento en la vida del perro Literato (corrían los años de la Guerra Mundial) -señala Marco Antonio Campos- fue sin duda el merecido homenaje que le brindaron los clientes del café por su proeza de haber mordido a un alemán".
La heroica acción le valió al perro una presea y que le hicieran gran fiesta. Entre los organizadores estaban el poeta León Felipe, Andrés Henestrosa, Juan de la Cabada, Abreu Gómez y Baqueiro Fóster.

Programa:
I.- Barbacoa con todos sus complicados accesorios: guacamole, salsa borracha y dos "coronas extras".
II.- Dimensión pluridimensional del perro en las artes y las ciencias (discurso).
III.- La Bamba -Solo de chirimía- por Baqueiro Fóster.
IV.- Relaciones morfológicas entre los perros estetas a secas (conferencia).
V.- El Aria del Perro -romanza por el tenor José Pulido.
VI.- Nosotros, los perros -confesiones y ensayo por el "Perro Lomelí"
VIII.- Espontáneos.

Un mártir mexicano (Reforma)

Un mártir mexicano.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(05 10 2004).

Uno de los más famosos actos terroristas perpetrados en contra de un Presidente fue el intento por dinamitar al general Álvaro Obregón mientras se dirigía a una corrida de toros en su lujoso Cadillac por la Avenida Reforma, a la altura del Bosque de Chapultepec, el 13 de noviembre de 1927.
Entre los autores materiales del atentado están Juan Tirado, Nahum Lamberto Ruiz y José González, miembros de la agrupación Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), que por entonces llevaba a cabo una guerrilla urbana en apoyo a la Guerra Cristera.
La ACJM había sido fundada en 1913 y proporcionaba la principal fuerza a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, otro grupo que se oponía radicalmente a la política del Presidente Plutarco Elías Calles en cuestión de cultos.
El general Obregón y sus acompañantes salieron ilesos del atentado, y después de una persecución espectacular por las calles de la ciudad, los terroristas lograron escapar, excepto uno, Nahum Lamberto, quien fue herido de bala y capturado.
Una vez interrogado por la áspera policía callista (la que usaba métodos comunistas de vigilancia con más de 10 mil agentes gubernamentales a disposición, la mayoría de ellos extranjeros -recordemos que Calles era pro-ruso-), Nahum Lamberto confesó el paradero de sus secuaces e involucró al sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro Jiménez y a su hermano Humberto, quienes fueron fusilados sin proceso alguno.
A las 8:30 de la mañana del 23 de noviembre, el sacerdote Pro, de 36 años de edad, caminó al paredón sin dar muestras de miedo a los cinco fusiles que le apuntaban. Se rehusó a que le vendaran los ojos, extendió los brazos en cruz y, mirando de frente a sus ejecutores, exclamó: "¡Perdono a mis enemigos con todo mi corazón!", y justo antes de la orden de fuego: "¡Viva Cristo Rey!".
Miguel Agustín Pro nació en la actual ciudad de Zacatecas, en 1891. A los 20 años entró al noviciado del colegio jesuita de El Llano, en Michoacán. Se ordenó como sacerdote en 1925, mientras estudiaba teología en Enghien, Bélgica, un año especialmente difícil para él, pues permaneció casi seis meses hospitalizado debido a sucesivas operaciones quirúrgicas por complicaciones estomacales e intestinales, en parte propiciadas por la mortificación alimenticia que él mismo se infligía.
De un carácter campechano, despreocupado y siempre de buen humor, el padre Pro prefería la catequesis al obrero y a las clases desprotegidas. Un amigo lo recuerda como el perfecto actor: un minuto riendo a carcajada suelta y al siguiente llorando.
Después de 12 años de ausencia del País, Pro regresó en medio de la persecución religiosa, obligado a ejercer su apostolado en la total clandestinidad: "De su apoyo llegaron a depender 96 familias -dice el jesuita canadiense Antonio Dragón, amigo personal y condiscípulo de Pro.
"Predicaba a trabajadores de tiendas y fábricas, a choferes y gente pobre en general (...). Para no llamar la atención se disfrazaba y usaba un suéter corriente, pantalones arrugados o un overol, una cachucha ladeada en la cabeza y un cigarro bamboleante en la boca".
La Guerra Cristera comenzó en 1926, cuando el arzobispo de México decidió combatir los artículos 3° (derecho a la educación), el 5° (libertad de trabajo), el 24 (libertad de credo religioso), el 27 (Propiedad de tierras y aguas) y el 130 (separación del Estado y las iglesias) de la Constitución por ser "contrarios al derecho natural", llamando a los fieles a manifestarse.
El Gobierno respondió clausurando 78 conventos, 129 colegios confesionales, 18 asilos y expulsando del País a 183 clérigos, amén de la confiscación de tierras y propiedades de la Iglesia.
Se les llamaba cristeros porque el lema de los insurrectos era el grito de "¡Viva Cristo Rey!". Es una guerra sin vencedor, dos años y medio de pillaje, matanza y violaciones por parte de ambos bandos, hasta el cese al fuego entre Iglesia y Estado, acordado por el entonces Presidente Emilio Portes Gil y el obispo Leopoldo Ruiz y Flores en julio de 1929.
Aún en medio de la terrible persecución religiosa, Pro conservó el lado ligero y optimista, como se lee en una de sus cartas: "Por aquí las cosas marchan viento en popa, pues se envían cristianos al cielo por quítame estas pajas, (...) y esta persecución es en mi casa tan verdadera que mi tierna prole al salir a la calle, en vez de despedirse, reza un acto de contrición".
De cierto modo, Pro estaba obsesionado con el martirio: "El padre Pro deseaba el martirio. Esta idea de dar su vida por las almas y por la salvación de México le asalta desde hace mucho tiempo", escribe el jesuita Dragón.
Le gustaba mortificar su cuerpo violentamente, ya sea latigueándose o con el cilicio (especie de cinturón con clavos) y desde temprana edad soñaba con dar su vida por la causa religiosa.
Dos de los hermanos de Pro militaban en la Liga Defensora de la Libertad Religiosa. Uno de los autores materiales del atentado, Luis Segura, miembro también de la Liga, utiliza la casa de uno de ellos para fabricar las bombas. El auto que utilizan para el atentado estaba a nombre del otro hermano de Pro.
Por su lado, el Presidente Calles, apodado el "Nerón mexicano" o "El Turco", era un comecuras sin piedad que odiaba todo lo que Cristo representaba: "En tres ocasiones me he encontrado a Cristo en mi camino, y las tres lo he derribado".
Tras el fallido atentado, Miguel Agustín Pro y su hermano Humberto se esconden, pero no tardan en ser capturados; y, aunque Luis Segura atestiguó que los hermanos Pro no tenían nada qué ver con el atentado, para Calles representa la gran oportunidad de dar el máximo castigo ejemplar al sacerdote.
Después del fusilamiento se comienza a dar entre feligreses y seguidores un culto especial al martirio del padre Pro, hasta que éste es beatificado el 26 de septiembre de 1988.

El cenit del Servicio Secreto (Reforma)

El cenit del Servicio Secreto.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(19 10 2004).

Surgida en 1917 y hasta su desaparición en 1972, la Comisión de Seguridad del Distrito Federal ha sido el organismo policiaco más creíble que hemos tenido. En 1938, durante el mandato de Lázaro Cárdenas, la Comisión era conocida como Servicio Secreto.
Fue la época dorada de los grandes detectives, hombres vestidos de riguroso traje, gabardina y sombrero de ala ancha que arrastraban el cigarrillo de una comisura de la boca a la otra, en tanto se sumergían en el mundo deductivo para resolver el crimen. No eran blancas palomas, pero tampoco se vendían a la salvajada mafiosa y, lo mejor: mostraban resultados. Por lo mismo eran respetados por la sociedad mexicana.
Pronto el detective creó un aura de fascinación en la imaginación de la gente, sobre todo en literatura, como el héroe de lenguaje común que trabajaba en solitario pero era esencialmente honesto. El primer texto policiaco mexicano se escribió en la década de 1920, Vida y milagros de Pancho Reyes, detective mexicano, de Alfonso Quiroga, y a partir de los años 30 circularon revistas y periódicos dedicados al género detectivesco, como Magazine de Policía o El Semanario policiaco.
En 1940 la editorial Atlántida comenzó su semanario El Mundo del Crimen con traducciones de historias internacionales, y en 1950 la Editorial Novaro publicó Policiaca y de Misterio con historias escritas por autores mexicanos, pioneros del género, como el genial Antonio Helú.
No obstante, la realidad era otra. En el cuartel del Servicio Secreto del Distrito Federal, en primera instancia, atrás del viejo edificio de la Lotería Nacional, existía un sótano con celdas que les deparaba muy oscuras y desagradables sorpresas a los arrestados, que por lo general pasaban ahí de 15 a 30 días, aunque hubieran cometido delitos menores, como el robo de carteras, y ni que decir de los enemigos del Gobierno.
Pero sus aciertos fueron muchos. Gracias al Servicio Secreto mexicano en los años 30 se atrapó a Johnny O'Brien, gatillero del célebre hampón estadounidense John Dillinger. De los casos más sórdidos que resolvió esta organización, destaca el del asesino en serie Gregorio Goyo Cárdenas Hernández, capturado a principios de los años 40.
Goyo prefería enterrar a sus víctimas en el patio de su casa en Tacuba (calle Mar del Norte #20). El investigador a cargo fue el detective Simón Estrada Iglesias, famoso por haber desmantelado una red de estafadores internacionales que respondían al nombre de Los Argentinos. Sin embargo, fue el eminente doctor Alfonso Quiroz Cuarón quien hizo el primer estudio de la personalidad del Estrangulador de Tacuba. Quiroz, a su vez cofundador de las carreras de criminología y criminalística en la UNAM, también descubrió la identidad del asesino de León Trotsky, Ramón Mercader, cuando el controvertido ruso estaba atrincherado en una vieja casona de Coyoacán.
También fue Quiroz quien descubrió la supuesta identidad del misterioso escritor B. Traven, autor de Los secretos de la Sierra Madre y otros relatos. Gracias a su iniciativa desapareció el penal de Lecumberri. Murió en 1978 mientras daba una clase de medicina forense.
Otro de los casos más sonados de la época fue el asesinato del presbítero Juan Francisco Fullana Taberner, en plena iglesia de Nuestra Señora de Fátima (en la colonia Roma). Se dice que se trató de una de las más serias persecuciones perpetradas por el Servicio Secreto hasta atrapar al asesino, Pancho Valentino, de oficio luchador profesional.
Había detectives para todo, como aquél que se encargó del asunto en donde el único testigo de un doble asesinato resultó ser un loro, mismo que fue sometido a interrogación por el detective Martín Cruz Carreño, quien después del caso cobró fama por "hacer hablar hasta a los pericos". De los más célebres detectives sobresale Valente Quintana (1890-1968), quien tenía fama de ser muy caballeroso con sus enemigos. Nacido en Matamoros, llegó a ser Jefe de la Comisión de Seguridad del DF. Investigó en primera instancia el asesinato de Álvaro Obregón y también llevó el caso del asesinato del líder estudiantil cubano Juan Antonio Mella en 1929, a quien dieron muerte mientras caminaba de la mano con su enamorada, Tina Modotti.
El único caso que Quintana no pudo resolver fue el de Carlos Balmori, excéntrico millonario, español, aunque uno de los hombres más groseros de todos los tiempos. Quintana conoció a Balmori en una fiesta; éste le comunicó que todas las noches una mujer disfrazada de hombre le robaba grandes cantidades en una de sus fábricas y estaba seguro de que la muy pérfida asistía aquella noche a la misma fiesta con el propósito de burlarse de él, por lo que en ese momento lo contrataba para que revisara a los invitados y desenmascarara a la mujer disfrazada.

Quintana aceptó el encargo y el enorme cheque al mismo tiempo, pero después de fallidos "reconocimientos" a los invitados, el detective Quintana, rojo de coraje y desconcertado por no encontrar a la mujer, se dio por vencido. Luego vinieron las risas, pues conforme el millonario Balmori regañaba al detective por su ineficiencia, se despojaba de sus ropas y barbas, hasta mostrarse como una anciana de voz tipluda. Se trataba de Concepción Jurado, mitómana, mitotera, excéntrica y travestida pero divertida mujer, nacida en el DF en 1865, que llevaba años haciéndose pasar por Carlos Balmori.
Conchita Jurado en su papel de Balmori llegó a codearse con encumbrados políticos, generales y magnates; para esto contaba con un buen numero de amigotes que participaban actuando como secretarios, lacayos, doctores o empresarios a sus órdenes que los insultaba a más no poder en elaborados sainetes llamados "balmoreos" donde engañaban a los ingenuos, como al famoso detective Quintana.

Vive Siqueiros doble prisión (Reforma)

Vive Siqueiros doble prisión.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(30 Noviembre 2004)

En su época de reportero, Julio Scherer García visitó muchas veces al pintor y muralista David Alfaro Siqueiros en la prisión de Lecumberri, un lugar siniestro apodado, con razón, el Palacio Negro. Siqueiros entró como preso político en 1959; por entonces el artista y militante comunista chihuahuense tenía 63 años. Scherer sostuvo largas conversaciones con él, queriendo hacer una semblanza del muralista en base a "recuerdos, emociones y tragedias", sin orden aparente que dieron su fruto en Siqueiros: la piel y la entraña (1965).
Cuando Siqueiros entró al Palacio Negro -inaugurado en septiembre de 1900 por Porfirio Díaz- la cárcel tenía carácter de preventiva. Ahí los presos esperaban sentencia y, una vez dada, el destino más común eran las Islas Marías. Lecumberri albergó a "asesinos inmundos" (como el famoso Sapo, con más de 150 asesinatos en su haber), a "asesinos históricos" (como Ramón Mercader, quien mató a Trotsky), o a "asesinos de postín" (como el padre de la hermosa actriz Ana Berta Lepe, quien le mató al enamorado. Aunque la señorita Lepe visitaba a su padre de incógnita -anteojos y mascada sobre la cabeza de por medio-, su exquisita forma de caminar siempre la delataba.
Pero las crujías de Lecumberri, identificadas con las letras del alfabeto, también albergaron a muchos luchadores sociales, entre ellos a José Revueltas, quien desde ahí escribiría su cruda novela (El Apando, 1969), dedicada a Pablo Neruda, quien mandaba diatribas a las autoridades mexicanas para que liberaran a Revueltas.
La celda de Siqueiros era la número 40, de la crujía I. Esa celda "hija triste del invierno y la soledad, donde no hay sol que pueda calentarla ni música que le lleve alegría", sin dejar la perpetua compañía de miles, millones de ratas. Siqueiros utilizaba también su celda como oficina, para que los reclusos pudieran asesorarse con un abogado joven, "preso por homicidio", que le daba forma legal a sus protestas.
Pero el espacio poligonal y reducido también se convirtió en doble cárcel para él, una para el hombre, otra para el artista: "Algunas personas opinan que en la cárcel disponemos los artistas de tiempo suficiente, que aquí vivimos un penoso, pero fecundo retiro. Ojalá y fuera cierto... Aquí he de conformarme con la más pobre artesanía: hacer cuadritos. Esta es mi verdadera cárcel. Trabajo en el cuadro de caballete y sueño con los grandes frescos".
La época de Lecumberri sería la más fecunda de su desgraciada "pintura de caballete", de gran ayuda económica para él y su familia. Personalidades de todos los ámbitos le pedían cuadros, como el doctor Guillermo Haro, quien personalmente fue a recoger el retrato que hizo Siqueiros de Alfonso Reyes para El Colegio Nacional.
Siqueiros entró a la Revolución como soldado raso en el Batallón Mamá que peleó contra Victoriano Huerta. Más tarde fue subteniente en el Estado Mayor del general Manuel M. Diéguez, quien sería gobernador de Jalisco (1917-1919). Fue en aquella época cuando Siqueiros conoció Europa por primera vez: "Viajé a bordo del Alfonso XII, el más viejo de los barcos trasatlánticos". Cuando regresó a Guadalajara, también lo hizo a la pintura, motivado por un grupo de amigos que conformaban el Centro Bohemio de Guadalajara (entre ellos el indígena Xavier Guerrero, que le enseñó a usar la baba del nopal para aglutinar pigmentos). Pronto se aburrió del Ejército y lo dejó sin decir adiós, por lo que se le acusó de desertor. Ya entonces Siqueiros era un vigoroso activista de izquierda, cuyo lema se resumiría en la frase biográfica: "No hay más ruta que la nuestra".
En 1932 violó un arresto domiciliario en Taxco (época prolífica, en la que hizo más de 100 cuadros), por lo que le sugirieron dejar el país. Viajó a Estados Unidos, donde pintó murales importantes, como Mitin Obrero en la escuela de arte de Chouniard, en Los Ángeles.
Le comentó a Scherer que el director de cine Dudley Murphy le telefoneaba a las tres de la madrugada para que inmediatamente se fuera a su casa de Santa Mónica, porque a sus amigos de francachela Charles Chaplin, Marlene Dietrich y el actor Charles Laughton les urgía comprar algunos cuadros. Para entonces Siqueiros experimentaba usando la pistola de aire. Hay que recordar que él, junto con lo ingenieros del Politécnico Nacional, descubrió la pintura vinílica. La llamaron Politec, pero no les importó registrar el invento y una firma extranjera (Winsor and Newton) patentó como suyo el material, una verdadera revolución artística a partir de los 60.
La cárcel transforma a los hombres más duros, sobre todo cuando reduce sus culpas al esqueleto del tiempo: "Asfixiado -dice Scherer- Siqueiros pidió clemencia al poder y el presidente Adolfo López Mateos lo devolvió a la libertad". El muralista salió de Lecumberri a los 68 años: hora de descansar.

El paso de los nazis por territorio mexicano (Reforma)

El paso de los nazis por territorio mexicano .
Por Gerardo Australia
REFORMA
(25 Enero 2005).

Con el reciente escándalo desatado por uno de los miembros de la familia real inglesa, el nazismo vuelve a ser el centro de atención. Recordemos cómo lidió México con los inicios del nacionalsocialismo dentro de su territorio.
A comienzos de 1936, asociaciones comunistas y judías, junto con grupos estudiantiles y de la CTM, bajo el liderazgo de Vicente Lombardo Toledano, comenzaron a manifestar públicamente su repudio al Tercer Reich: en las paredes de la delegación alemana pintaron la consigna "Muera Hitler", quemaron banderas con esvásticas y se exigió un boicot comercial contra Alemania.

El Gobierno de México sólo se uniría a la lucha contra el Tercer Reich al inicio de la Guerra Civil española (aportando armas). A partir de entonces, México sería el país latinoamericano donde más manifestaciones de rechazo contra Hitler hubo, aunque para 1940 había cerca de 2 mil miembros nacionalsocialistas en el país.

Años antes, en 1931, se fundaba en Alemania el Auslandsabteilung (Departamento para el Extranjero), una dependencia del Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista (NSDAP) para reunir a miembros que vivían fuera del país. Hasta entonces eran unos cuantos expatriados nazis: "486 en todo el mundo, 7 de ellos en México", dice Jürgen Müller, catedrático de la Universidad de Colonia.
En 1934 la Auslandsabteilung pasó a ser la Organización para el Extranjero (Auslansdorganisation, AO). Una vez que contactaron a sus miembros en México, quienes no tenía relación entre sí, se organizaron en el DF para fundar, el 10 de noviembre de 1931, un Ortsgruppe (Grupo Local).
Ya en el poder, el Partido Nazi dejó de aceptar nuevos miembros en Alemania, pero no en sus dependencias extranjeras: en 1937 el 5 por ciento de los 6 mil 875 ciudadanos alemanes en México eran miembros de dicho partido.
El grupo no tardó en hacerse "regional" (Landesgruppe), con "20 miembros en Mazatlán, 16 en Veracruz, 16 en Monterrey y 5 en Puebla", apunta Müller, aunque comparado con los de Chile, Argentina y Brasil se trataba de un grupo pequeño.
El Landesgrupp en México tuvo su mejor líder en Arthur Dietrich, quien llegó a México en 1924 con un diploma en agricultura, pero al parecer la administración de haciendas no se le dio, así que pronto lo vemos como vendedor de productos dentales hasta su expulsión del país en 1940, inculpado de espionaje. Además de líder del Landesgrupp, Dietrich fungió como consejero de prensa de la representación alemana, lo que significaba estar a las órdenes de Joseph Goebbels y su Ministerio de Propaganda.
Las intenciones de la AO eran unificar alemanes en el extranjero, preferiblemente gente con dinero, que perteneciera a la clase alta, o que tuvieran influencia sobre los demás. Sin estos elementos había poco interés de la AO en su avanzada foránea.
En 1933 sus intenciones se vieron frustradas en México, pues, como apunta Müller, "surgió un conflicto de generaciones, de clases y de poder. Los representantes establecidos de la comunidad alemana, empresarios exitosos de clase alta, más o menos dos décadas mayores que los nazis, criticaban la juventud de los militantes, su bajo estatus social y los pocos años de residencia en el país". Fue cuando trataron de hacer una "unificación forzada" (Gleichschaltung), que al inicio tuvo algunos fracasos, pero que en 1935 culminó con la fundación de la Comunidad del Pueblo Alemán en México (Deutsche Volksgemeinschaft, DVM).
Esta agrupación nazi llegaría a tener para 1940 hasta mil 259 miembros, que junto con otras asociaciones fascistas, como la Juventud Hitleriana o la Asociación de Profesores Alemanes Nacionalsocialistas, alcanzaron los 2 mil miembros.
"Aunque no todos sus miembros hayan sido nazis empedernidos (...), eso indica que una parte considerable de la comunidad alemana en México fue expuesta a la propaganda y a los rituales nacionalsocialistas", expresa el académico.
Pero no sólo la comunidad alemana pasaba por la efervescencia fascista. También la comunidad italiana, si bien perteneciente a la clase media y prácticamente dedicada a la agricultura. El primer órgano de contacto que tuvieron como punta de lanza del fascismo de Mussolini en México fue la Sociedad Dante Alighieri.
Desde 1936 los representantes de la delegación alemana informaban regularmente a la SER de las actividades de la AO: "Un simple miembro del NSDAP en México se movía en el reducido microcosmos de la comunidad alemana y su contacto con el pueblo mexicano se limitaba a lo imprescindible", dice Müller.
El rechazo al nazismo por parte de la sociedad mexicana fue contundente desde el principio.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial la tensión entre alemanes inmigrantes y mexicanos se hizo evidente; las autoridades anunciaban públicamente la "ingenuidad" de los nazis en México, más cuando se perdió el mercado europeo en la Segunda Guerra Mundial, lo que obligó a México a mantener una férrea alianza con Estados Unidos. Con Manuel Ávila Camacho en el poder, el Partido Nazi mexicano se disolvió en abril de 1941.

La pasión por el cine (Reforma)

La pasión por el cine.
Por Gerardo Australia
Reforma
(05 Abril 2005).

En sus comienzos, el cine en México no fue una manifestación artística centralizada; una vez llegado el fabuloso invento al País no quedó como asunto meramente capitalino. De hecho, los intentos más serios para el cine de ese tiempo se dieron en lugares alejados a la capital, como en Mérida, Yucatán. Tampoco fue sólo tarea de hombres, como se supondría, sino también de mujeres.
El cine llegó rápido a México. Tan sólo ocho meses después del triunfo del cinematógrafo en París, el Presidente Porfirio Díaz, su familia y allegados presenciaban asombrados la noche del 6 de agosto de 1896 "imágenes en movimiento" proyectadas en uno de los salones del Castillo de Chapultepec. Y como todo lo que venía de Francia era sublimado, no tardó el público mexicano en aplaudir con júbilo la primera proyección (14 de agosto) del artefacto Lumière, en el sótano de una droguería situada en la actual calle de Madero que se convertiría en la primera sala de cine del País, mejor conocida como "El salón Rojo".

México sería el primer país de América en disfrutar del nuevo invento -Edison obstaculizó hasta donde pudo su entrada a Estados Unidos. El cine fue negocio desde el principio: hacia 1911 solamente en la capital había 46 salas con capacidad para 25 mil personas; para 1937 esa industria era la más importante de México, después de la del petróleo.
Los esfuerzos en Yucatán por hacer cine comenzaron hacia 1914, cuando Manuel Cirerol Sansores y Carlos Martínez de Arredondo establecieron su compañía fílmica CIRMAR, filmando su primera película con 50 mil pesos, 1810 o Los libertadores (1916). Esta joya del cine silente está considerada el primer largometraje de ficción mexicano, aunque por haber sido filmado en Yucatán muchos autores no lo consideran el primer largometraje "oficial" de México, ya que se filmó un año antes que Luz, tríptico de la vida (1917), considerado el primer largometraje "oficial" por haber sido filmado en la capital.
Conscientes de que el cine también era herramienta social de alcances masivos, Martínez Arredondo y Cirerol Sansores filman en 1915 una serie de cortos documentales históricamente importantes sobre el impacto de la Revolución en Yucatán: Escenas del campamento del general Lino Muñoz (1914), otro sobre el hundimiento del cañonero carrancista "Progreso" a manos de las tropas del coronel Ortiz Argumedo (28 de febrero de 1915), Entrada de las fuerzas constitucionalistas a Mérida (19 de marzo de 1915) al mando del general Carrera Torres. El clímax del cine yucateco de la época sería La noche de los mayas (1939), dirigida por Chano Ureta, fotografía de Gabriel Figueroa y música de Silvestre Revueltas.
En 1917 la Dirección General de Bellas Artes incluyó entre sus asignaturas la cátedra de "Preparación y Práctica Cinematográfica" en la Escuela Nacional de Música y Arte Teatral. A la novedosa clase se inscribieron 20 visionarias mujeres y 6 despistados hombres. Desde entonces, las mujeres no sólo han participado frente a las cámaras, sino también produciendo, como Mimí Derba, quien junto con un general del ejército y un camarógrafo fundaron Azteca Films; o como la primera directora del cine sonoro, Adela Sequeyro, quien para financiar sus películas creó una cooperativa en la que participaban los trabajadores como socios, siendo ella la primer persona en México en poner en práctica este tipo de financiamiento; o la exitosa guionistas y única directora de la llamada Época de Oro, Matilde Landeta; o como Gloria Schoemann, quien editó más de 280 películas.
Camaleónica figura de la época del cine silente, la yucateca Cándida Beltrán Rendón fue la primer mujer mexicana que realizó un largometraje con argumento, El secreto de la abuela (1928).
Nacida en Mérida el 2 de febrero de 1898, Cándida era nieta de José Rendón Peniche, héroe de la guerra contra la intervención francesa.
La temprana pérdida de sus padres obligó a Cándida a tomar las riendas del hogar y a hacerse cargo de sus ocho hermanos. De visita a la capital decidió quedarse; tomó un trabajo como agente "confidencial" del ayuntamiento y más tarde puso su zapatería "Pierrot". Precursora de la imperante necesidad de tener en México una industria fílmica propia, integrada con artistas y trabajadores meramente nacionales, dio el paso necesario para producir, escribir, dirigir, actuar y llevar a escena El secreto de la abuela (1928), filmada en la antigua Secretaría de Relaciones Exteriores ubicada en Av. Juárez.
La primera exhibición contó con la presencia del prestigiado fotógrafo y cineasta Jesús H. Abitia, para un estreno formal el 4 de noviembre en el Teatro Regis. Desgraciadamente Cándida quedó extenuada de las dificultades y privaciones producidas por su obra, por lo que así, la primer mexicana en la historia que dirigió un largometraje con argumento, decidió regresar a Mérida y abrir un estanquillo de lotería, aunque no olvidó nunca su sensible vena artística, sobre todo la musical, escribiendo célebres canciones como Mesticita yucateca o Navidad en el hogar. Murió en 1984.

Una guerra sin humo. (Reforma)

Una guerra sin humo.
Por Gerardo Australia
Reforma
(19 Abril 2005).

"En medio de la humareda blanca de la fusilería y los negros borbotones de los edificios incendiados", relata Mariano Azuela en su libro Los de Abajo, "refulgían al claro sol casas de grandes puertas y múltiples ventanas, todas cerradas". Esta escena sucede en medio de la cruenta toma de Zacatecas a cargo de la División del Norte, ocurrida el 23 de junio de 1914.
Azuela refiere el hecho a través del ojo del espectador maravillado, el que observa con claridad prístina la batalla desde su puesto en alto; desde ahí, dice, puede ver hasta las ventanas, "todas cerradas". Esto no era una costumbre en las batallas revolucionarias, ya que normalmente durante y después del combate había tal humareda, causada por las detonaciones y los incendios, que no se podía ver más allá de la nariz de un cañón.
Pero todo eso cambió cuando se utilizó por primera vez la pólvora sin humo, invento relativamente nuevo de fines del siglo 19. La pólvora común y corriente es un menêge a trois entre nitrato de sodio, carbón y azufre, que una vez hechos polvo (de ahí el nombre) forman el explosivo. Para el siglo 10 la pólvora ya se usaba con propósitos militares. El cañón de metal más antiguo de que se tiene noticia data de fines del siglo 13.
Sería hasta 1886 cuando el francés Paul Vielle inventó un tipo de pólvora que cambiaría el perfil de la guerra. Este nuevo explosivo aventajó en fuerza de proyección y poder devastador al usado hasta entonces. Con ella la palabra "destrucción" encontró nuevas dimensiones, y no sólo cambió radicalmente la infantería, sino también la caballería y la artillería.
Desde ese momento, la logística y la táctica militar no volvieron a ser las mismas al conducir una batalla, pues se había remediado, como dice Jean de Bloch, autor de El Futuro de la Guerra (1898), el insoportable problema de la considerable emanación de humo que cubría totalmente el horizonte.
Lo que hizo Paul Vielle fue pólvora con nitrocelulosa gelatinizada, mezclándola con alcohol y éter. La mezcla la hacía pasar por unos rodillos que formaban unas finas hojas que después cortaba con una guillotina para darle el tamaño deseado. El primero en apadrinar el invento fue el ejército francés, con su fusil de repetición Lebel con el calibre reducido a 8 milímetros modelo 1886, donde la velocidad inicial de disparo sube de 400 a más de 800 metros por segundo.
Sin embargo, la invención de Vielle va más allá: con la pólvora sin humo los medios de hacerse invisible adquirieron una nueva pertinencia.
"La trinchera, la emboscada, la lobera, los fosos, las nubes de polvo (no de pólvora), volvieron a aparecer en los tratados de estrategia de los ejércitos europeos", comenta el escritor mexicano José Aguilar Mora. "La guerra se volvió un espectáculo para mirarla (y) las nuevas reglas tuvieron como eje principal esta relación complementaria de la visibilidad con la invisibilidad".
La nueva pólvora no dejaba ningún residuo en el ánima del cañón, algo que no sucedía antes y que era de suma importancia, pues podían dispararse cientos de veces sin tener que limpiar el cañón.
La potencia de este tipo de pólvora hizo a que se redujeran considerablemente los calibres; gracias a ella se pudo reducir el peso de las armas, además de que era estable e insensible a los cambios de temperatura y golpes, más sencilla en su fabricación y almacenaje; a diferencia de la pólvora corriente su manejo no era tan peligroso, gracias a su lenta combustión. Por otro lado por fin el soldado podía disparar sin que el humo de su arma delatara su posición.

A todo esto también ayudó la aparición en escena de un dúo terrible.

"La munición de acero, que no se deformaba con el impacto, y el fusil de repetición, que no se tenía que cargar a cada disparo. Esta nueva pareja poseía una efectividad extraordinaria: en un terreno plano y a una distancia de 600 metros, las nuevas armas eran 100 por ciento infalibles; las armas anteriores, en cambio, sólo cubrían con efectividad una distancia de 130 metros", dice Aguilar Mora en su libro Una muerte sencilla, justa y eterna: Cultura y guerra durante la Revolución mexicana (Era, 1990).
No en balde en la novela de Azuela, el capitán Alberto Solís -gente de Pánfilo Natera-, dice contemplando conmovido la batalla desde el escondrijo, donde estaba metido "por precaución": "¡Qué hermosa es la Revolución, aun en su misma barbarie!".
La infalible pólvora sin humo era muy efectiva y había dejado a Zacatecas cubierta de muertos, con los cabellos enmarañados, manchadas las ropas de tierra y sangre, y en aquel hacinamiento de cadáveres calientes, mujeres haraposas iban y venían como famélicos coyotes, esculcando y despojando, como describe Azuela al final de la primera parte de Los de Abajo.
En el programa oficial de las fiestas del Centenario de la Independencia Porfirio Díaz debía inaugurar, entre otras muchas cosas, la columna de la Independencia, el Hemiciclo a Juárez, el manicomio de La Castañeda, cerca de Mixcoac, el Parque Obrero de Balbuena (donde se repartieron tamales y atole a la concurrencia), la Estación Sismológica Central, en Tacubaya, y una fábrica de pólvora sin humo, gracias a Dios sin domicilio conocido.