22.11.05

Presencia soviética en suelo mexicano (Reforma)

Presencia soviética en suelo mexicano.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(18 Mayo 2004).

México se convirtió en el primer país del Continente Americano en tener Embajada rusa (1924). Una vez instalado en sus amplias oficinas de la colonia Escandón, el Embajador S. Pestkovsky atrajo la confianza de obreros e intelectuales, conformó una sociedad de amigos de la URSS y financiaba viajes a miembros del Partido Comunista Mexicano (PCM) para que conocieran el milagro soviético.
Durante algún tiempo hubo un nutrido intercambio de personalidades entre ambos países, de los que a mi parecer caben destacar dos: el primero, conformado por los entusiastas I. Freidberg y A. Kniazev, y el segundo por el genio cineasta Sergei Eisenstein.
Freidberg y Kniazev eran dos graduados del Instituto de Educación Física que decidieron conmemorar la apertura de su embajada en América yéndose de Moscú a la Ciudad de México en bicicleta. Lo lograron y escribieron un libro de sus peripecias, Alrededor del mundo en velocípedo (Moscú, 1929). Comenzaron en la capital soviética, cruzaron Siberia hasta Japón, de ahí en barco a San Francisco, llegando a Manzanillo a finales de octubre de 1925.
Ya en México se encontraron con algunos inconvenientes: no tenían un peso, los caminos hacia el centro del país eran terribles, no hablaban una sola palabra de español, había un calor asfixiante, los mosquitos eran feroces y sólo había tortillas, chiles y frutas para comer, aunque el kvas (aguardiente) local servido en las cantinas les fue bastante refrescante y la amistad de la gente invaluable. Semanas después fueron recibidos calurosamente por el embajador Pestkovsky y su familia.
El segundo visitante, Sergei Eisenstein, llegó a México a finales de 1930 para filmar su película silenciosa ¡Que viva México!, la "más amarga lucha sobre un filme que haya sucedido en toda la historia del cine", en palabras de Marie Seton, biógrafa del cineasta.
Eisenstein era un director avant-garde al servicio de la propaganda soviética, si bien uno de los primeros en revelar la esencia sicológica del tema que filmaba. De joven había ayudado a adaptar y llevar al teatro El mexicano, de Jack London, y tenía una fascinación con los rituales, costumbres y máscaras de México.
Aunque Lenin odiaba todo lo avant-garde, o burgués, daba permiso a sus cineastas de analizar películas norteamericanas para mejorar las técnicas. La favorita de Eisenstein era La marca del zorro, actuada por Douglas Fairbanks, quien para el extranjero personificaba el exuberante mexican flavor. Eisenstein tuvo oportunidad de conocer al Zorro en persona, cuando Fairbanks visitó Moscú en 1926; de hecho fue Fairbanks quien introdujo a EU la primera copia de la controvertida película de Eisenstein, El acorazado Potemkin, y también prometió arreglar un contrato para que el director dirigiera en Estados Unidos.
Eisenstein fue un rotundo fracaso en Hollywood y la Paramount pronto rompió el contrato del "complicado" director ruso. Mientras tanto, Eisenstein platicó con Upton Sinclair -afamado escritor y propagandista de la lucha de clases que años antes había formado una comuna en Nueva Jersey-, acerca de su sueño-obsesión de hacer una película mexicana. El escritor junto con su esposa y unos amigos le consiguieron 25 mil dólares con la condición de que la película se rodara en no más de cuatro meses. Eisenstein, de 32 años, estaba tan feliz que prácticamente cedió todos los derechos y en vez de sueldo pedía un dólar diario para que comieran su fotógrafo, camarógrafo y él.
"México es primitivo -dijo a un periodista. Para hacer una buena película hay que tener un enfoque positivo. Esto es posible en un país como México, donde la lucha por el progreso es todavía real". El filme trataría sobre costumbres, tradiciones y leyendas mexicanas, una construcción "rítmica y musical del desarrollo del espíritu" de México. Pero Eisenstein todavía no desempacaba sus maletas en el Hotel Imperial cuando llegó la Policía y lo arrestó: de pronto estaba en una cárcel acusado de ser, según las autoridades mexicanas, "espía alemán". No tardaron en llegar cables de protesta de todo el mundo para su inmediata liberación, entre ellos uno firmado por el físico Albert Einstein.
Una vez fuera Eisenstein viajó hasta Yucatán. En su travesía experimentó "tal profunda revelación de sí mismo que pareciera que el alma del pueblo hubiera tocado la suya". Pero a los tres meses de viaje Eisenstein no tenía filmado ni un solo pie de película, y el trabajo que debería durar cuatro meses se convirtió en 11 y en una deuda de casi 60 mil dólares que los Sinclair asumían con dolores de cabeza. Cuando faltaba sólo un episodio por rodar en enero de 1932, Sinclair ordenó detener la filmación definitivamente.
Con Stalin en el poder, Eisenstein se vio obligado a regresar a Rusia, pero con la promesa de que le llegarían sus negativos para hacer el corte final. No obstante los Sinclair prefirieron darle los negativos a Sol Lesser, productor de las películas de Tarzán, quien editó el material en una película titulada Trueno sobre México (1933), una versión macheteada e insensible de todo lo que Sergei había esperado lograr. La frustración artística y enojo llevó a Eisenstein a una fuerte depresión que terminó en su hospitalización. Años después, durante una visita como reportera, Marie Seton descubrió en un depósito de Hollywood material de la película. Tramitó los derechos y trató de mandarle los negativos a Eisenstein a Rusia, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial lo impidió. El Gobierno de Stalin también sabía perfectamente cómo castigar a un renegado: no dejando a Eisenstein jamás terminar su queridísimo sueño mexicano.

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