19.11.05

¡Todos a bailar! (Reforma)

¡Todos a bailar!
Por Gerardo Australia
REFORMA
(15 Junio 2004).-

Sacude Dámaso Pérez Prado al alemanismo.

En la historia de México es difícil encontrar un presidente que haya sido buen bailador. Don Vicente Fox definitivamente no lo es, como tampoco lo fueron muchos de sus antecesores. Quizás la seriedad del cargo no invita a bailar, pero no siempre fue así. Hubo momentos en nuestra historia donde el baile fue sinónimo de prosperidad.
Corrían los años 40 y bailar se tomaba muy en serio. Había nacido un tipo de baile con el que el pueblo se identificaba: "La gran atracción del alemanismo fue el mambo" y Dámaso Pérez Prado, su rey, decía: "Qué bonito bailan el mambo las mexicanas, mueven la cintura y los hombros igualito que las cubanas". Como todo noble arte el mambo vino a redimir a un pueblo de su dura realidad. Mambo significa "conversación con los dioses". Se trata de un delicioso coctel con raíces musicales Bantu, Yoruba y españolas que se practicaba en los Congos. El éxito lo tuvo Pérez Prado cuando a esta riquísima tradición le adhirió percusiones, batería e instrumentos de metal a los que dio un tratamiento jazzístico.
Hijo de una maestra escolar y un periodista, Dámaso, oriundo de Matanzas, se mudó a La Habana en 1942 para tocar piano con la entonces famosa Orquesta del Cabaret Pennsylvania de la Playa de Mariano; fue cuando comenzó a jugar con la idea de un ritmo afrocubano mezclado con un poco de swing americano.
Llegó a México en 1948 y formó su banda en el prestigiado Club 1-2-3. Para 1949 obtuvo un contrato disquero con RCA y grabaría sus famosos éxitos Mambo No.5 y Qué rico el mambo. Pero el acertado golpe mercadotécnico lo tuvo cuando mexicanizó sus piezas, componiendo mambos a los ruleteros, a los universitarios, a los politécnicos, etc. Había mambos para los bomberos, para el periodiquero, para el futbol, y hasta las chicas ricas que bailaban al compás de La niña popoff.
La contribución de Dámaso a la historia de la música no fue menor. Era un baile explosivo y jovial que requería buena condición física. Los participantes no se conformaban con bailar y sacudir la cadera, sino también montaban verdaderas pantomimas de acuerdo al motivo del mambo: El Mambo de los taxistas era decididamente aderezado con imitaciones de volantazos a diestra y siniestra, o si se tocaba el mambo de las telefonistas las chicas utilizaban el pecho de sus parejas para simular un ocupadísimo tablero de operadora telefónica.
Los mambos de Pérez Prado traspasarían fronteras y causarían hasta el escándalo, como en Perú, donde el cardenal Juan Gualberto Guevara, de Lima, llegó a negar la absolución a todo aquel que "bailara a ritmo de mambo". No tardó Pérez Prado en componer su Al ritmo del mambo.
El mambo era el medio de expresión de un pueblo cuyo gobierno paradójicamente no estaba tan de acuerdo con la libertad de expresión. Por entonces más de un director de periódico fue asesinado y se clausuraban, "por quítame estas pajas", diarios o revistas. Rafael Ramírez Heredia usaría para su novela El ocaso el tema verídico de la caída de un gobernador alemanista de Tamaulipas, cuyo jefe de Policía mató al director de un periódico.
En el mundo del teatro, Rodolfo Usigli no era buen bailador de mambo, pero sí que puso a bailar a las autoridades con su obra El gesticulador. "Muchos políticos y militares se sentían aludidos"; la puesta en escena de la obra en 1947 fue un "escándalo que no gustó nada al gobierno". Pronto se clausuraron las representaciones.
Mientras tanto, la vida nocturna mexicana en tiempos de Alemán era cosa de envidiar. Abundaban centros nocturnos donde la gente practicaba el dancing, bebía highballs, se fumaban Lucky y siempre en el grupo de amigos había "la nena", como la Nena Cervantes en Ensayo de un crimen, novela de Usigli. El Ciros, Los Cocoteros, El Patio o el Tap Room de Reforma, donde iba la gente bonita o "apretados", o el Leda y el Waikikí; también lugares donde asistía el pueblo y los ejemplos de su fauna, como el "cinturita" o el "Tarzán" que le daban vuelo a los mambos con sus "changuitas".
Fue por esos años cuando aparecieron en el firmamento las exóticas, hermosas mujeres de cuerpo privilegiado que mostraban el ombligo al compás de la Orquesta de "Cara de Foca", como era conocido Pérez Prado. Con ellas el Cachorro de la Revolución, como se le decía al Presidente Alemán, acrecentó su fama de conquistador. La máxima diva bailarina del alemanismo fue Yolanda Montes, Tongolele, la "diosa pantera". La estadounidense llegó a México por medio de Miguelito Valdés, quien junto con un empresario puertorriqueño la trajo al país pagándole 70 pesos al mes, de los cuales 30 eran para dos bongoseros que la acompañaban. Compartiría créditos en más de una película con quien definitivamente bailaba bien el mambo: Germán Valdés, Tin Tan.
Exóticas las había de todos colores y sabores: la cubana María Antonieta Pons, la argentina Ninón Sevilla y la neoyorquina Meche Barba, por nombrar algunas, marcaron una época de fantasía donde el mambo "causó furor en la sociedad mexicana -dice José Agustín-, pues iba muy bien en la época donde predominaba la vida nocturna y la atmósfera de fiesta colectiva que propiciaban los ricos, listos a festejar las ganancias desorbitadas que les proporcionaba el régimen alemanista. Para el pueblo fue una oportunidad de sacudirse la desesperación que causaba la creciente dureza de la vida".

No hay comentarios.: