19.11.05

Un mártir mexicano (Reforma)

Un mártir mexicano.
Por Gerardo Australia
REFORMA
(05 10 2004).

Uno de los más famosos actos terroristas perpetrados en contra de un Presidente fue el intento por dinamitar al general Álvaro Obregón mientras se dirigía a una corrida de toros en su lujoso Cadillac por la Avenida Reforma, a la altura del Bosque de Chapultepec, el 13 de noviembre de 1927.
Entre los autores materiales del atentado están Juan Tirado, Nahum Lamberto Ruiz y José González, miembros de la agrupación Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), que por entonces llevaba a cabo una guerrilla urbana en apoyo a la Guerra Cristera.
La ACJM había sido fundada en 1913 y proporcionaba la principal fuerza a la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, otro grupo que se oponía radicalmente a la política del Presidente Plutarco Elías Calles en cuestión de cultos.
El general Obregón y sus acompañantes salieron ilesos del atentado, y después de una persecución espectacular por las calles de la ciudad, los terroristas lograron escapar, excepto uno, Nahum Lamberto, quien fue herido de bala y capturado.
Una vez interrogado por la áspera policía callista (la que usaba métodos comunistas de vigilancia con más de 10 mil agentes gubernamentales a disposición, la mayoría de ellos extranjeros -recordemos que Calles era pro-ruso-), Nahum Lamberto confesó el paradero de sus secuaces e involucró al sacerdote jesuita Miguel Agustín Pro Jiménez y a su hermano Humberto, quienes fueron fusilados sin proceso alguno.
A las 8:30 de la mañana del 23 de noviembre, el sacerdote Pro, de 36 años de edad, caminó al paredón sin dar muestras de miedo a los cinco fusiles que le apuntaban. Se rehusó a que le vendaran los ojos, extendió los brazos en cruz y, mirando de frente a sus ejecutores, exclamó: "¡Perdono a mis enemigos con todo mi corazón!", y justo antes de la orden de fuego: "¡Viva Cristo Rey!".
Miguel Agustín Pro nació en la actual ciudad de Zacatecas, en 1891. A los 20 años entró al noviciado del colegio jesuita de El Llano, en Michoacán. Se ordenó como sacerdote en 1925, mientras estudiaba teología en Enghien, Bélgica, un año especialmente difícil para él, pues permaneció casi seis meses hospitalizado debido a sucesivas operaciones quirúrgicas por complicaciones estomacales e intestinales, en parte propiciadas por la mortificación alimenticia que él mismo se infligía.
De un carácter campechano, despreocupado y siempre de buen humor, el padre Pro prefería la catequesis al obrero y a las clases desprotegidas. Un amigo lo recuerda como el perfecto actor: un minuto riendo a carcajada suelta y al siguiente llorando.
Después de 12 años de ausencia del País, Pro regresó en medio de la persecución religiosa, obligado a ejercer su apostolado en la total clandestinidad: "De su apoyo llegaron a depender 96 familias -dice el jesuita canadiense Antonio Dragón, amigo personal y condiscípulo de Pro.
"Predicaba a trabajadores de tiendas y fábricas, a choferes y gente pobre en general (...). Para no llamar la atención se disfrazaba y usaba un suéter corriente, pantalones arrugados o un overol, una cachucha ladeada en la cabeza y un cigarro bamboleante en la boca".
La Guerra Cristera comenzó en 1926, cuando el arzobispo de México decidió combatir los artículos 3° (derecho a la educación), el 5° (libertad de trabajo), el 24 (libertad de credo religioso), el 27 (Propiedad de tierras y aguas) y el 130 (separación del Estado y las iglesias) de la Constitución por ser "contrarios al derecho natural", llamando a los fieles a manifestarse.
El Gobierno respondió clausurando 78 conventos, 129 colegios confesionales, 18 asilos y expulsando del País a 183 clérigos, amén de la confiscación de tierras y propiedades de la Iglesia.
Se les llamaba cristeros porque el lema de los insurrectos era el grito de "¡Viva Cristo Rey!". Es una guerra sin vencedor, dos años y medio de pillaje, matanza y violaciones por parte de ambos bandos, hasta el cese al fuego entre Iglesia y Estado, acordado por el entonces Presidente Emilio Portes Gil y el obispo Leopoldo Ruiz y Flores en julio de 1929.
Aún en medio de la terrible persecución religiosa, Pro conservó el lado ligero y optimista, como se lee en una de sus cartas: "Por aquí las cosas marchan viento en popa, pues se envían cristianos al cielo por quítame estas pajas, (...) y esta persecución es en mi casa tan verdadera que mi tierna prole al salir a la calle, en vez de despedirse, reza un acto de contrición".
De cierto modo, Pro estaba obsesionado con el martirio: "El padre Pro deseaba el martirio. Esta idea de dar su vida por las almas y por la salvación de México le asalta desde hace mucho tiempo", escribe el jesuita Dragón.
Le gustaba mortificar su cuerpo violentamente, ya sea latigueándose o con el cilicio (especie de cinturón con clavos) y desde temprana edad soñaba con dar su vida por la causa religiosa.
Dos de los hermanos de Pro militaban en la Liga Defensora de la Libertad Religiosa. Uno de los autores materiales del atentado, Luis Segura, miembro también de la Liga, utiliza la casa de uno de ellos para fabricar las bombas. El auto que utilizan para el atentado estaba a nombre del otro hermano de Pro.
Por su lado, el Presidente Calles, apodado el "Nerón mexicano" o "El Turco", era un comecuras sin piedad que odiaba todo lo que Cristo representaba: "En tres ocasiones me he encontrado a Cristo en mi camino, y las tres lo he derribado".
Tras el fallido atentado, Miguel Agustín Pro y su hermano Humberto se esconden, pero no tardan en ser capturados; y, aunque Luis Segura atestiguó que los hermanos Pro no tenían nada qué ver con el atentado, para Calles representa la gran oportunidad de dar el máximo castigo ejemplar al sacerdote.
Después del fusilamiento se comienza a dar entre feligreses y seguidores un culto especial al martirio del padre Pro, hasta que éste es beatificado el 26 de septiembre de 1988.

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